La paciencia es la capacidad de padecer o soportar algo sin alterarse, esa es la primera acepción de diccionario de la real academia de la lengua española; también la define como capacidad para hacer cosas pesadas o minuciosas; y en su tercera connotación, que es la que nos interesa, es la facultad de saber esperar cuando algo se desea mucho. La raíz de esta palabra entraña un padecer, sufrir y esperar; pareciera que así es como se debe ver, aunque esto no se acerca a la importancia que tiene el saber cultivar y generar esta capacidad que menciona el diccionario.
Uno de los primeros retos a los que nos enfrentamos en nuestra infancia es entender que las cosas no se darán en cuanto lo deseemos; si bien el cuidado inicial que se nos da genera la errónea idea de que basta llorar para que llegue el alimento, cobijo y cuidado. De ahí que cuando se va creciendo y se nos pide esperemos la atención que reclamamos, vemos esos berrinches que si no se saben manejar o peor aún consiguen el efecto deseado; en el tiempo pueden derivar en conductas conflictivas frente a otras personas que no tendrán la misma actitud o condescendencia hacia nosotros.
La falta de paciencia puede llevar a situaciones de estrés, depresión e infelicidad. El saber esperar, el aguantar o padecer estoicamente siempre tendrá beneficios de mediano y largo plazo. Imaginemos que tenemos ansia por comer un delicioso estofado, si por la prisa quisiéramos comerlo antes podría ser tan riesgoso que al no estar debidamente cocidos sus ingredientes nos pueden enfermar; en cambio, si esperamos que a fuego lente cada uno de sus ingredientes desprenda y se mezclen en un sabor único y se impregnen del mismo gracias al tiempo que se le dedicamos y permitimos que se lleve a cabo su proceso, tendremos la posibilidad de saborear un manjar que nos deleite el paladar y no solo sacie nuestra hambre. En nuestra próxima reflexión planearemos el sentido de oportunidad que va muy de la mano cuando en este mismo ejemplo, sino apagamos a tiempo la lumbre se nos puede pasar de tueste y perder ese magnífico instante en que estaba en su punto de disfrute.
Regresemos a la paciencia, la ansiedad que genera la espera es por estar situados en el futuro dejando pasar el presente, esta situación nos genera desesperación, angustia, incertidumbre y todas las secuelas de enojo, miedo y ansiedad que derivan de crear escenarios que no necesariamente se materializarán.
La falta de paciencia nos despoja del presente, nos aísla y genera una falta de sensibilidad respecto a otras personas y su circunstancia que muchas veces desconocemos y al igual que infantes, hacemos ese berrinche colérico por no ver llegar lo deseado en el momento en que lo queremos. Como podemos imaginar un estado permanente así no quita la paz, el autocontrol y nos puede llevar a tomar las peores decisiones.
Lo anterior nos conduce a reconocer a la paciencia como una virtud, esa capacidad que nos guiará a ser mejores personas, a esperar el momento preciso, a plantearnos escenarios sin estrés ni ansiedad lo que finalmente derivará en un estado de calma y paz con nosotros mismos. La madurez de entender que alcanzar nuestras metas y que llegue lo esperado debemos agotar una serie de pasos que de saltarse pueden comprometer el resultado deseado. Por ello, fomentemos la paciencia, practiquémosla, hagamos consiente nuestro aquí y ahora, meditemos, seamos empáticos y retemos nuestro nivel de tolerancia a la frustración, a sabiendas de que estas acciones nos conducirán a saber afrontar las tempestades y entender que, en la vida, con la interacción humana y de nuestro entorno, esta habilidad es la que nos permitirá reconocer y disfrutar de los instantes de felicidad cuando se presenten.
Twitter @TPDI