¿El derecho a qué? Sería la primera pregunta.
¿A exigirlo, a demandarlo, a implorar que nos sea reconocido?
Históricamente la mujer ha sido colocada en una atmósfera de polaridad incomprensible. Por un lado, se eleva y glorifica como la máxima figura de sumisión, compasión y piedad. Es la imagen viva de la fertilidad, aquella a la que se venera como algo verdaderamente sagrado, inmaculado, incorruptible, delicado y deseado, pero en el otro extremo encontramos a la mujer arrinconada, sobajada, mermada, humillada en todas las formas posibles, que bien sabemos van desde el vulgar golpe físico, hasta las grotescas manifestaciones absurdas de poder para neutralizar su inteligencia, junto con todas las maravillosas facultades que posee.
Episodios sangrientos y de amargura cubren la historia en la vida de las mujeres. El maltrato se hace presente todos los días, pareciera que la insistencia por doblegarlas y obligarlas a entronarse en los espacios reservados para ellas no tuviera fin, y aunque jamás nos hemos rendido por exigir respeto, igualdad o equidad, recibiendo a cambio mofas, puñetazos y balas, seguimos en pie de lucha, defendiendo con tesón cada milímetro que creemos haber ganado, fortaleciéndonos cada día ante la presencia de figuras retrógradas, irracionales y repudiables, que continúan manteniendo férreas posturas para intentar regresarnos al rincón que estúpidamente ellos creen que nos corresponde.
Las mujeres hemos decidido no bajar la guardia y mantenernos en pie de guerra, haciéndole saber a todo aquel que nos desprecia tanto, que somos mucho más capaces, más fuertes, más audaces y más inteligentes en cualquiera de las múltiples tareas cotidianas, nos esforzamos por demostrar al mundo que estamos capacitadas para hacer frente a la sociedad y a la vida dejando a nuestro paso la extraordinaria estela de nuestra simple naturaleza humana.
Para muchos lo escrito aquí podrá parecer una ofensa, se sentirán atacados y volverán a burlarse, quizá les sorprendan los recuerdos de las tantas ocasiones en que han dañado la vida de una mujer, desde la forma en educarnos para que nos quedara claro el rol femenino, hasta la manera en que nos han aniquilado para permitir el paso de quienes, en buena lid, no pudieron o quisieron competir con nosotras por saberse derrotados desde un inicio.
Mañana se celebra el día internacional de la mujer, institucionalizado así por la Organización de las Naciones Unidas, después de años de lucha y de una interminable colección histórica de trágicos eventos en que la mujer ha sido gran protagonista. En México resonará la voz grupal que se alzará entonando toda una gama de protestas en contra de las autoridades que no dan respuesta a los derechos mínimos consagrados a nivel mundial en relación al respeto por la mujer. Desde el viernes pasado, el Palacio Nacional amaneció rodeado de grandes láminas de acero para evitar ser dañado con la fuerza del coraje y del dolor reprimido de millones de mujeres que buscan desfogar su furia. El cómo protesten seguramente será noticia, entiendo que después de rogar, pedir, suplicar y no ser escuchadas, el tono debe cambiar para estar acorde al mismo con el que se nos rechaza.
Seguiremos las mujeres buscando los canales, las oportunidades y los métodos para continuar la lucha ancestral por lo que no hemos de aceptar ni damos por impuesto. Felicidades a todas aquellas que han sabido regar con sus lágrimas la fortaleza para ser independientes, para doblegar a un hombre con un beso y no con una bofetada y cuando esto no ha funcionado, simplemente han dado la espalda. Felicidades a las mujeres que han comprendido que la lucha va más allá de una declaración de derechos.
Felicidades a las mujeres que comparten el sentir de las otras mujeres.