Por: Mtra. Dafne Reyes Jurado
La nueva normalidad continúa en nuestras vidas después de un año. En las aulas está por cumplir 3 semestres en los que las y los estudiantes han tenido que tomar clase y educarse desde un dispositivo móvil. La nueva normalidad ha dejado en su paso un sinfín de experiencias que, sin duda, han dejado muchos aprendizajes. Aquí reflexiono en torno a las experiencias educativas que se han vivido durante estos meses de confinamiento con el fin de darles un nuevo sentido en conjunto con quien se atreva a leer estas líneas.
En días recientes al iniciar mi taller sobre hábitos de estudio y administración del tiempo, preguntaba a los estudiantes asistentes cuál era su experiencia en este nuevo semestre con la pandemia. Algunos me contaron experiencias positivas, resaltando sobre todo las ventajas de ahora poder ver las grabaciones de sus clases, estar en la comodidad de su hogar tomando la clase, pero también reconociendo algunas experiencias que no llamaremos negativas, pero que a raíz de haber tenido vivencias presenciales añoran volver a tener.
En el castellano denominamos experiencia a todas aquellas vivencias que nos suceden y nos marcan, nos transforman, nos pasan. En alemán, por ejemplo, Delory-Momberger, en su texto Experiencia y Formación, nos comparte que existen dos términos para conceptualizar la experiencia: Erlebnis, que tiene que ver con la experiencia vivida, es decir que ésta existe en tanto uno haya tenido o enfrentado una situación que le marca; y por el otro lado Erfahrung, concepto que expresa lo que se desprende de las experiencias que se han tenido, es decir cuando uno comienza a desarrollar un aprendizaje en algo, hace experiencia. En este sentido, esta segunda definición (también existente en el castellano) una persona tiene experiencia en tanto ha acumulado diversas situaciones que le van haciendo ser experto en algo.
Entendemos la experiencia educativa como aquello que te pasa y te transforma, te toca, te cambia, Erlebnis. Durante la pandemia, nuestros estudiantes atravesaron constantemente experiencias que les tocaron, que les cambiaron, que les pasaron sin planear y sin prever, esta es la experiencia a la que nos queremos referir a lo largo de esta reflexión.
Es necesario mencionar que cuando uno tiene una experiencia vivida, esta a su vez se transforma en recurso para la vida, ya no sólo es un recurso que va a “servirles” a nuestros estudiantes para adecuarse mejor a la educación no presencial, sino que además les “sirve” para interpretar aquello que les pasa, que les pasó y por tanto que en el futuro apoyará para anticipar situaciones venideras.
Las experiencias, por tanto, son un referente necesario en la educación y formación de nuestros estudiantes, porque son en sí mismas un proceso de aprendizaje y de desarrollo en el que las y los estudiantes elaboran recursos propios que utilizarán en diversas situaciones de su trayectoria escolar, así como de su vida personal. Por tanto, generarlas y buscarlas en nuestras metodologías de enseñanza se vuelve relevante.
Cuando nuestros estudiantes reflexionan sobre las experiencias educativas que tuvieron durante este contexto de la pandemia por COVID-19, hablamos de que se están apropiando de estas mismas vivencias para darles un nuevo significado, pero, sobre todo, recuperando aprendizajes, sean estos en cuanto a contenidos teóricos o no. Es decir que a todo aquello que vivieron (positivo o negativo) y les marcó le darán un sentido que en el futuro se convertirá en un recurso a utilizar para la vida.
Cuando las clases se volcaron a lo no presencial, todas y todos los estudiantes de manera colectiva compartían la misma situación de tener que estudiar desde casa. Sin embargo, no todos emanaban de las mismas condiciones ni contaban con los mismos recursos experienciales para enfrentarla; muchos de ellos, por ejemplo, no habían tomado nunca un curso en línea, por tanto, no contaban con este archivo experiencial al que podrían haber recurrido para adaptarse de una manera sencilla a esta nueva modalidad forzada.
En cambio, quienes habían enfrentado ya situaciones de educación a distancia, que manejaban la tecnología y que contaban con ciertos hábitos y organización del tiempo en sus estudios, adoptar esta nueva modalidad de educación no presencial fue un tanto más sencillo. Sobre este punto vale la pena mencionar que, si bien todos los estudiantes enfrentaron estos cambios y nuevas modalidades de manera colectiva, cada persona en lo individual vivió esta experiencia de diferente manera y por tanto la adaptó a su vida y a su contexto de forma personal.
Es por ello que para quien ya había tenido experiencias de educación en línea pudo haberle sido más sencillo adecuar sus hábitos, a diferencia de quien nunca había tomado una clase online. Por el contrario, están los estudiantes que, aunque hayan tenido una clase virtual en el pasado, si su experiencia no fue positiva, tuvieron una experiencia que tardó más en incorporarse a este archivo experiencial debido a la falta de vivencias previas o a situaciones en las que ello que le sucedió no fue del todo positivo.
Finalmente reflexionar en torno a la experiencia educativa involucra que como profesores asumamos el reto de crear vivencias y situaciones de manera consciente para nuestros estudiantes, o bien modificar los significados no positivos que se pudieron construir con las experiencias pasadas en ellos. Aún no sabemos con claridad cuándo vamos a regresar, aunque se habla constantemente de un próximo regreso. Pero, hasta que no llegue el momento, la invitación como profesores es a tener presentes que desde lo educativo partimos de un mundo lleno de experiencias que ya existen (positivas o no), pero también a crear nuevas que realmente formen y transformen a nuestros estudiantes.
La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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