La expectativa como la esperanza o posibilidad de conseguir algo, esta posibilidad sobre el acontecimiento se basa en argumentos razonables. No es una ilusión que se finca en cuestiones imaginarias, cuenta con una base racional que permite afirmar que sucederá.

El Diccionario de la real academia española, la define en si primera acepción como la esperanza de realizar o conseguir algo; en la segunda como la posibilidad razonable de que algo suceda. Para lograr tener una expectativa debemos partir de la sistematización de información, con esa base podemos esperar que se logre algo. La simple esperanza desprovista del elemento racional nos puede dar una falsa percepción de lo que realmente pasará.

Con los vaivenes e incertidumbre que genera el horizonte que nos sorprende con retos que en pocos meses cambia el escenario, es que nos enfrentamos a una realidad que pareciera no propiciar la generación de expectativas; debemos distinguir aquellas que dependen de nuestros esfuerzo (por ejemplo la expectativa de obtener determinado trabajo gracias a que en años hemos obtenido los estudios, productos y experiencia que se requieren para el mismo), de las que se dan, sí solo sí, se logran determinadas condiciones externas (como haber tenido previsto un viaje en crucero para salir justo dos meses después de que se decretara la pandemia); debemos ajustar nuestras expectativas a los factores internos y externos.

Hoy día las expectativas se fijan con moderación y prudencia, bajo la premisa de “espera lo peor, para que venga lo mejor”, así la planeación trata de ser acorde a lo que refleja el escenario previsible. No obstante, debemos continuar con la generación de expectativas, para ello debemos tener la actitud y la aptitud para que las mismas se materialicen.

El contar con expectativas también nos puede ayudar para corregir las acciones presentes para consolidar o evitar las futuras. Sin fatalidades, pero con revisión retrospectiva, podemos validar lo que queremos que pase. El gran planteamiento de la vida como seres humanos es si estamos sujetos al determinismo o al libre albedrío.

Si contamos con capacidad (mental y física para poder externar válidamente nuestra voluntad), opciones (siempre más de una para realmente serlo), información (completa y oportuna) y decisión (recordemos que el no decidir también es una decisión), podemos sostener que somos dueños de nuestro presente y futuro, la ausencia de cualquiera de estos elementos nos lleva a padecer más que a asumir libremente lo que se presenta. La expectativa requiere también de esos elementos, además de momentos de acción, más que de pasiva espera (que se puede dar cuando se tiene la expectativa de recibir una herencia) en la mayoría de los casos.

Finalmente, no es lo mismo la expectativa predictiva (en donde con elementos pasados y presentes podemos anticipar las futuras), que las normativas (sabemos que si atendemos o infringimos una ley tendremos consecuencias) que las merecidas (que se da en función de lo que consideramos merecer). Cada una de ellas deben tener un elemento racional, alejarnos de ello nos lleva a la especulación, el sinsentido y la frustración. Así, al igual que es importante fijarnos expectativas, de igual manera deben venir acompañadas de razón para su consecución.

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