Alejandro Elías

Me pareció una acción cobarde la de su parte, porque se buscó la muerte, eso me queda claro. Uno no puede ni debe reclamar a los muertos, lo entiendo, pero siempre nos vienen momentos de tristeza, nostalgia, añoranza y es cuando nos preguntamos ¿por qué? Y es entonces que quisiéramos que la persona nos respondiera la pregunta.

No debemos demandar a aquellos que se han ido, porque ya están en un lugar de descanso. Pero ¿y quienes nos quedamos aquí, añorándolo, pensando en lo que hoy podríamos hacer, en que quizá podríamos recorrer juntos el mundo, en que nos gustaría disfrutar a su lado lo que ahora estamos viviendo, eso no importa?.

En los altavoces, Los toreros muertos gritan –porque tengo el volumen alto –Yo no me llamo Javier / Yo no me llamo Javier. Pero Javier, el hombre a quien la canción me recuerda, afirmaba, cada vez que esta canción, que entonces estaba de moda, que él sí se llamaba así.

–Yo sí me llamo Javier / Yo sí me llamo Javier…
La cantaba en el mismo tono y sonreía haciendo alarde del tino que habría tenido el grupo madrileño al elegir su nombre.

Javier se largó un día, al más allá, vaya usted a saber dónde queda tal lugar, pero allá partió y auténticamente le valió sorbete dejarnos sin su presencia, sin sus ocurrencias, sin sus risas, sin ese aire en algunos ademanes que lo hacía parecerse a un Harrison Ford de los años 90.

Uno recuerda a la gente por sus acciones, generalmente es así y por supuesto que lo recuerdo, más por sus risas; ya ni sé cuántos años hace que él decidió partir –porque los seres humanos sabemos cuándo y de qué vamos a morir, quizá muy en el fondo, pero lo sabemos–, no me van a decir que fue una casualidad o que de repente pasó; lo venía trabajando de tiempo atrás y me parece que fue ingrato de su parte no comentármelo, porque seguramente hubiera hecho lo necesario para impedírselo.

¿Por qué decidió terminar su travesía por esta vida que compartimos? Tengo algunas hipótesis, pero la verdad es que no quisiera aventurarme a exponer ninguna de ellas, pues luego, por jugarle al adivino, queda uno como mentiroso o farsante.

¿Debe uno sentirse mal por extrañar a un ser querido que se fue? Tenemos derecho a sentirnos tristes por la falta de compañía, pero entonces también el derecho a reclamar la ausencia de la persona. Es mi humilde opinión y creo que quien ha querido de verdad a alguien que ya no está, comprende muy bien de lo que hablo.

Recordé cuando llegaba al departamento y se recostaba en la hamaca para dejarse envolver por el humo aromático de los inciensos y la música; el ambiente terminaba por hacerlo dormir.

O los viajes a Casitas, Veracruz, donde al mirarlo en la playa uno podría jurar que la fortuna le sonreía.

Quién iba a decir que un día estaría yo parado a los pies de su cama en el hospital, viendo cómo la vida se le iba, cuando en realidad él estaba huyendo de la vida.

Sí me despierta un dejo de coraje, porque lo que he vivido sin su compañía luego de estos años, que ya ni sé y ni me importa saber cuántos hace que se fue, me hubiera gustado compartirlo con él.

Y luego de decirle lo enojado que estoy, como entiendo que ya ni siquiera me escucha, sé que lo único que me queda es –cada vez que oigo a los Toreros Muertos–, cantar dentro de mi mente: Yo sí me llamo Javier / Yo sí me llamo Javier…

F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías
@ALEELIASG

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