*Por: Dra. Verónica A. Rosas Jiménez
La Historia Oficial nos cuenta que la Ciudad de Puebla fue creada por los propios ángeles, como su nombre lo indica, y que en su formación histórica han participado personas de alto grado académico, eclesiástico, social y político. El Obispo y virrey Juan de Palafox y Mendoza, es un buen ejemplo. Como sabemos, se cuenta que este personaje construyó la biblioteca que ahora lleva su nombre, creó varios conventos, colegios y la Universidad, y culminó la construcción de la catedral de la ciudad en 1649 (Álvarez de Toledo, 2011).
Otros personajes que se cuentan como protagonistas en la construcción del primer cuadro de la ciudad, son según la Historia oficial, Isabel de Portugal (reina de Castilla), Juan Salmerón (presidente de la Real Audiencia y a quien se le atribuye la primera traza de la ciudad) y Fray Toribio de Benavente (quien dio la primera misa y bendijo la ciudad) entre varios otros.
Sin embargo, en la Historia Oficial no se registraron a miles de personas que participaron en la construcción de la ciudad, entre ellos, a las y los indígenas como los creadores concretos de la ciudad, ni como los sujetos que construyeron propios modos de vida en los barrios de indios que eran también parte de la ciudad (Castro, 2013).
Esto puede parecer menor, inofensivo y hasta natural. Sin embargo, nos muestra que la Historia que se ha contado de la ciudad de Puebla es aquella que ha servido a los intereses del poder para legitimarse, no solo en el pasado sino también en el presente. La forma de registrar, recordar y contar la Historia de la ciudad de Puebla, es la misma forma que promueve actualmente que la historia de los asentamientos irregulares, colonias y barrios periféricos de la ciudad sea excluida de la Historia de la ciudad y con ello, las historias de sus habitantes como parte de y creadores de la ciudad. Si acaso indígenas, migrantes y habitantes de las periferias han aparecido en esta Historia, ha sido como actores secundarios incluso accidentales.
En el caso particular de Puebla, desde el origen la intención de su fundación fue la de construir un espacio basado en la negación de los otros, los indígenas, para establecer un espacio donde las nuevas relaciones de dominación y opresión sirvieran al orden capitalista floreciente. Según Virginia Cabrera (1995), en la fundación de la ciudad de Puebla, se buscó construir un centro administrativo y de poder como parte de una estrategia general de ocupación del territorio conquistado basada en la refuncionalización del espacio con el fin de establecer una nueva trama de relaciones de poder sobre el antiguo poder indígena, sobre todo de los asentamientos indígenas de Cholula, Huejotzingo y Tepeaca.
En la época de desarrollo industrial de transformación de Puebla (industria automotriz, metálica y textil, 1960- 1980) miles de personas migraron a la ciudad, y participaron en la formación de nuevos espacios de la ciudad, no solo en lo que se llamó “el centro”, las fábricas, los edificios administrativos del Estado, las calles, sino también en “el margen”, es decir, colonias o barrios donde habitaban. Sin embargo, sus historias quedaron en el olvido. Es el caso de los fundadores de la colonia Popular Castillotla quienes, expulsados de terrenos que les pertenecían por decreto presidencial en Santa María Xonacatepec en 1973, fueron literalmente aventados a su suerte en unos terrenos pantanosos y sin nada de servicios para crear la primera colonia de la periferia sur de la ciudad de Puebla (Rosas, 2010).
Ahora, en el momento histórico del capitalismo global neoliberal, cientos de hombres y mujeres han construido calles, avenidas, edificios, fraccionamientos de lujo, plazas comerciales en el punto de desarrollo denominado Angelópolis. Y no solo lo han ido construyendo de forma concreta, sino que son quienes a cambio de un salario risorio (una compensación diría Marx), mantienen y conservan los jardines bien cortados, los pisos relucientes, las casas de las clases media alta y alta, y sus calles limpias y pavimentadas. Sin embargo, son excluidos de la Historia Oficial, e invisibles tal vez hoy más que nunca. Las grandes empresas de servicios trasnacionales son las protagonistas: empresas inmobiliarias, de telefonía, de banca, de comida, etc. Ni siquiera el Estado.
Ante la privatización de servicios, la mercantilización de la ciudad histórica, el despojo de tierras y espacios públicos, los cambios de uso de suelo y el enriquecimiento ilegítimo e ilegal de empresas inmobiliarias que amenazan el derecho a la ciudad (Lefebvre, 1975), es fundamental rescatar estas historias del olvido para cuestionar la Historia Oficial e impugnar el falso conformismo. Parafraseando a Benjamín (2005), rescatarlas del olvido y cepillar a contrapelo la Historia de la ciudad para ver la participación, la indignación y la creación de los vencidos, los invisibilizados de la Historia. Reivindicarlas para luchar contra lo que Boaventura do Sousa Santos (2016) nombra el “epistemicidio” del Norte que impide a los invisibilizados “representar[se] al mundo como algo… [suyo] con la capacidad de transformarlo”.
Rescatar miles de historias de personas, organizaciones, colectivos, pueblos y habitantes en general, que han participado en la construcción de la ciudad en diferentes momentos históricos, para verse, no como un objeto al que se le ha negado reconocer que su accionar en el mundo ha transformado ese mundo, en este caso la ciudad, sino como sujetos con la posibilidad de imaginar, crear y de participar en la creación de una ciudad que sea suya.
Frente al acecho voraz de las empresas trasnacionales que devoran territorio, vida y culturas es primordial rescatar las historias que han quedado en el olvido, fuera de la Historia Oficial para reconocer en destellos iluminadores de la memoria, las acciones de muchos otros que han abierto la historia de la ciudad con múltiples acciones y voces, si bien contradictorias, inconclusas, frágiles y fragmentadas, sí con la esperanza de vivir muchas ciudades dignas.
La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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