*Por: LN. Mónica Ximena Francia Gómez
Una alimentación saludable es fundamental para prevenir enfermedades crónicas no transmisibles como lo son las enfermedades cardiovasculares, cáncer, enfermedades respiratorias crónicas y diabetes mellitus tipo 2.
Actualmente, cada vez más personas minimizan o eliminan por completo los hidratos de carbono de su alimentación, ya sea por prevenir dichas enfermedades o por miedo a subir de peso, desarrollando así la llamada carbofobia.
Empecemos explicando qué es la carbofobia, la cual se puede definir como el miedo irracional a los hidratos de carbono, caracterizado por la defensa y/o seguimiento de dietas bajas en hidratos de carbono, aumentando el consumo de otros macronutrimentos como las proteínas y grasas (incluyendo grasas saturadas) y la crítica a las recomendaciones nutricionales típicas o tradicionales.
La carbofobioa empezó cuando surgieron las dietas bajas en carbohidratos, cetogénicas o como comúnmente se le conoce, dieta keto. Si bien este tipo de dieta terapéutica fue propuesta en 1920 para utilizarse en niños por el beneficio anticonvulsivo que tiene, fue hasta el año 1970 que empezó a utilizarse para disminuir el peso corporal.
Al excluir un macronutrimento tan importante como los hidratos de carbono, se considera un plan de alimentación desequilibrado tanto en macro como en micronutrimentos y que, como consecuencia, ocasiona déficits nutricionales de minerales y vitaminas, exceso de lípidos, con riesgo de desencadenar efectos secundarios no deseados, ya sea en el corto o largo plazo.
Pero ¿qué son los hidratos de carbono y por qué son tan importantes en nuestra alimentación?
Químicamente, los carbohidratos son compuestos naturales que están formados por Carbono, Hidrógeno y Oxígeno. Las unidades más simples son los monosacáridos o azúcares simples que únicamente constan de una molécula que no necesita “descomponerse” durante la digestión; los disacáridos están formados por dos monosacáridos y los polisacáridos son la clase de carbohidratos más complejos que contienen de 10 a 100 o más monosacáridos unidos.
Los carbohidratos constituyen la principal fuente de energía para nuestras células, especialmente las del sistema nervioso, ya que la glucosa proporciona casi toda la energía que nuestro cerebro necesita para trabajar de forma adecuada.
Dentro de las funciones de los hidratos de carbono se encuentran: formar reservas de glucógeno hepático, facilitar el metabolismo de los lípidos (grasas) e impedir la degradación de las proteínas como fuente energética, función estructural del ADN y RNA e intervenir en la regularización de las funciones intestinales favoreciendo la salud intestinal.
Entonces, ya sabiendo las funciones que estos tienen, no es necesario eliminarlos de la dieta, sino saber escoger cuáles son mejores:
• Preferir siempre los carbohidratos complejos que además de brindarnos saciedad, se liberan más lento y progresivamente, aportan fibra y sin duda harán más atractiva la alimentación, ya que brindan colores vivos y texturas diferentes. Ejemplos de estos son los cereales integrales (pan integral), tortilla de maíz, leguminosas (frijoles, lentejas, habas), frutas y verduras.
• Limitar los carbohidratos simples como: azúcar de mesa, harinas blancas refinadas, pasteles, refrescos, jugos industrializados, etc.
Es importante recordar que la dieta correcta debe cumplir con 5 características: adecuada, completa, suficiente, variada, equilibrada e inocua, por lo tanto, tiene que incluir los 3 macronutrimentos principales (hidratos de carbono, proteínas y lípidos) y que los hidratos de carbono aporten un 45-65% del consumo energético diario.
Hay que perderle el miedo a consumir los hidratos de carbono ya que, como se demostró, eliminarlos no tendrá un mayor beneficio a la salud, lo primordial es saber elegir la fuente de estos y llevar una alimentación saludable y equilibrada que se adecue a las necesidades personales, estilo de vida, etc. Para lograr lo anterior, se debe acudir con un profesional de salud experto en alimentación y nutrición, que en este caso son los nutriólogos.
La autora es alumna de la Maestría en Nutrición Clínica de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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