Las tentaciones del poder político tienden sublimar (no desde la perspectiva del psicoanálisis descrito por Sigmund Freud) a cualquier profesional de la voz, la comunicación y el periodismo que, si bien por derecho inherente puede aspirar legítimamente a mejorar su calidad de vida, debe ser una señal de alerta para ponderar y definir el destino final que la ética moral nos permita, respecto a la profesión que por vocación hemos decidido seguir.

Y cuando la oportunidad (u oportunismo) se hace presente, los profesionales en cita, se enfrentan entonces a una profunda reflexión y análisis de la posibilidad en función de sus valores, ideales y criterios profesionales, para entonces decidir si su compromiso está basado en el ejercicio de contar y narrar la historia social o en participar de ella desde las instancias de gobierno o institutos políticos.

En la anterior entrega de este espacio reservado para expresar humildes y básicas opiniones, platicaba de la «comunicación política» siempre presente en la vida empresarial de la radio, la televisión, medios impresos y hasta los digitales, misma que no debe sorprender ni espantar, como tampoco debiera ser motivo de estupor, la incursión de hombres y mujeres profesionales de los medios de comunicación en la política gubernamental o en cualquier partido político, pues insisto que las aspiraciones de quien así lo decida, son tan válidas como las de quien haya resuelto con firmeza no aceptar invitación alguna.

Pero cuando se intenta doblegar la voluntad del comunicador para que pertenezca a instancias de carácter político, excusando lealtad, agradecimiento e incluso por cuestiones económicas, es cuando se debe levantar la voz para denunciar lo que legalmente en México podría considerarse «coacción»: un delito contra la libertad de las personas que afecta la voluntad de la persona, obligándola a hacer, no hacer o tolerar ciertas situaciones, incluso laborales. La otra opción más digna, honesta y alejada de las complicaciones jurídicas, es retirarse con la frente en alto y sentirse libre para continuar en el ejercicio de sus actividades profesionales.

El reto de los profesionales de la comunicación, la locución y el periodismo está basado en la reconstrucción del ideal que la sociedad percibe sobre su función en la misma y darle un enfoque transversal para comprender la comunicación como un activo de las organizaciones y siendo partícipes de todo el proceso; desde la elaboración de mensajes, hasta la gestión de procesos que impactan en los  indicadores cualitativos y cuantitativos que incluso, «son mejor valorados por las  profesiones de las que solemos depender tradicionalmente por subordinación en las organizaciones, como son las del área administrativa, el derecho o la  ingeniería».

El manejo de la comunicación y la política se vuelven un binomio inseparable, sobre todo ahora que los tiempos digitales exigen inmediatez y rapidez para la transmisión de información, de tal forma que el político está obligado a ser un gran comunicador, por ello  quizá la falsa, errónea y por qué no, hasta absurda idea de que un locutor por su forma de expresar emociones acústicas o un periodista por su facilidad en la interpretación de hechos deban engrosar las filas de un instituto político, convertirse en voceros de una institución u organismo e incluso buscar puestos de representación popular; todo para beneficio de intereses que en una lamentable gran mayoría de ocasiones, van en contra de lo social, comunitario, ético, moral y por supuesto que distan mucho de la idea que privilegia sobre el desempeño comunicacional y de compromiso que cada uno de los aquí descritos realiza.

Veamos. Esta mediación que le corresponde a los medios y su fuerte repercusión en la trascendencia del discurso político han terminado por generar un sentimiento de desconfianza entre los tres actores principales de este proceso: el político, el periodista / locutor / comunicador y el ciudadano. El primero considera que el segundo es poco objetivo para analizar lo que sucede, el periodista / locutor / comunicador cree que el político no le dice toda la verdad y el ciudadano es consciente de ambas posibilidades.

Que cada quien, desde su trinchera haga lo tenga que hacer, porque sin duda todos se necesitan (unos en mayor medida que otros), pero finalmente y si se saben conducir con respeto a sus individualidades, tolerancia, valoración de capacidades y niveles profesionales, así como con una suficiente inteligencia emocional, sabrán aprovechar siempre los momentos de coincidencia.

Así pues, al locutor lo invitaron de forma poco sutil, a olvidar sus principios profesionales y distraer sus valores como individuo. La respuesta es un franco, respetuoso, directo y rotundo ¡No gracias!

Nos escuchamos la próxima, en tanto tenga usted, ¡muy buen día!

Facebook: Omar Espinosa Herrera

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