Dra. Ericka Ileana Escalante Izeta
Hace algunas semanas en la IBERO Puebla regresamos a las aulas. Desde enero tuvimos clases a distancia, y finalmente en febrero dimos un salto conjunto, desde la confianza. ¿Confianza? Sí, en que todos pondríamos de nuestra parte para cuidarnos. Antes de ir a la universidad tenemos que hacer un auto monitoreo en línea, donde registramos nuestra temperatura, oxigenación, si hemos estado en contacto con personas sospechosas o confirmadas de padecer COVID-19 y presencia de síntomas asociados con la enfermedad. En caso de tener alguna situación de riesgo, contamos con todo un equipo quien le dan seguimiento a nuestro estado de salud. El modelo híbrido nos permite seguir las clases de manera remota, con cámaras especiales donde los profesores podemos trabajar con nuestro grupo completo. Tenemos máximo 15 estudiantes por salón, los demás siguen la clase en línea y a la siguiente semana asisten presencialmente a la universidad, turnando su asistencia con el resto del grupo. Toda esta experiencia nos ha permitido descubrir formas nuevas de relacionarnos, de enseñar y de aprender. La tecnología no nos rebasa, sino que nos va ayudando a acercarnos, a escucharnos, a estar juntos desde la confianza y no desde el miedo.
La relación entre jóvenes ha capturado totalmente mi atención. Me asombra la facilidad con que se comunican entre virtualidad y vida presencial. Van encontrándose nuevamente con amistades, compañeros y con docentes. Van abrazando la experiencia de la vida “en vivo y en directo”. He visto a tantos jóvenes tirados en el pasto de los jardines, disfrutando la sombra, esperando o tomando sus clases. Dialogando, criticando al profe que es exigente, pero que “sabe enseñar”, o acordando cómo hacer trabajos en equipo. También planean la fiesta, la convivencia, pero con más precauciones, se siguen cuidando. He visto besos con cubre bocas, saludos constantes de “puñito”, miradas que abrazan y sonríen. Como lo describen diferentes estudios, las normas sociales han cambiado durante la pandemia y cada joven va adaptando su realidad y su convivencia ante la necesidad de preservar la vida.
Esta vida en curso, nos ha llevado a replantearnos el sentido de la existencia, para decidir ir dando pasos en una existencia con sentido. Expertos en ciencias del comportamiento, como Cecilia Vergara de la Universidad del Sinú-Cartagena, Colombia, en un estudio realizado con 219 jóvenes universitarios, encontró que las emociones más relevantes durante la pandemia fueron ansiedad (68.5%), frustración (41%) y miedo (35.6%). El 22% reportó encontrarle sentido de aprendizaje a la situación de confinamiento, no solo centrándose en los aspectos positivos, sino incluyendo las experiencias no tan agradables. Cabe señalar que el 19% manifestó neurosis noógena, manifestada con aburrimiento, sensación de vaciedad en la existencia, frustración existencial y afecciones psicosomáticas. Sin embargo, el 43% reportó plenitud en su sentido de vida. Con esto, podríamos pensar que el regreso paulatino a la convivencia cotidiana, nos dará la oportunidad de fomentar su salud mental y replantear la vida con propósito.
En México, el Dr. Miguel Ángel Casillas, de la Universidad Veracruzana, en un análisis sobre la situación de los jóvenes universitarios durante la pandemia, expresó que el tiempo de confinamiento implicó gran incertidumbre para la juventud. Menciona que el estudiante, como ser social complejo, tuvo que modificar su rutina diaria conformada no solo por la vida académica, sino que trastocó su rutina laboral, personal, académica y deportiva. Además, pone sobre la mesa las diferencias entre jóvenes universitarios de contextos urbanos, versus rurales.
En el contexto de universitarios urbanos de la Ibero Puebla, estudios encabezados por la Dra. Laura Bárcenas, reportan que la conectividad y la presencia de plataformas de aprendizaje resultaron determinantes para lograr la continuidad educativa, siendo la dimensión socioemocional fundamental para la adaptación.
Ser universitario en esta primavera 2022 es una experiencia de esperanza. La vida se va reconstruyendo después de la crisis colectiva, después de tanto llanto, después de tantas pérdidas. Estos jóvenes están ansiosos de vivir, de aprender haciendo, de aportar lo que vinieron a darle al mundo y de aprovechar la vida, después de ser sobrevivientes de una pandemia histórica.
¿Qué nos toca a los adultos que les acompañamos? Mirarlos, aprender de ellos y ellas, escucharles, hacerles las preguntas correctas para que formulen sus propias estrategias de vida. Estar atentos, no dejarles aislarse, apoyarles ante los temores. Esta generación de universitarios de la pandemia, yo la llamo la “generación del cuidado”, les ha tocado aprender lo que es cuidar de uno mismo, de la familia, de la comunidad. Los y las docentes que tenemos el privilegio de compartir su espacio, tenemos la gran responsabilidad de cuidar de nosotros mismos, para poder sostener a esta generación que se encargará del mundo cuando seamos adultos mayores.
La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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