En la reflexión anterior comenzamos la revisión de los tres tipos de pensamiento que existen en la humanidad, con el mítico, ahora veremos el religioso para cerrar en la siguiente entrega con el filosófico.

El pensamiento religioso se basa en el dogma (planteamiento que no se cuestiona), es una evolución de la actitud mítica: “La religión propone las respuestas más fuertes, antiguas y vivas a la cuestión del sentido de la vida. Por este motivo, no puede no interesar a la filosofía en la búsqueda de saber que ésta lleva a cabo. El objeto supremo de la mayoría de las religiones, Dios, representa, por su parte, una de las mejores respuestas a la pregunta filosófica sobre por qué existe el ser y no la nada, mientras que la otra respuesta posible consiste en decir que el ser surgió del azar.”

Sólo hay tres tipos de respuesta posibles a la difícil pero clamorosa pregunta por el sentido de la vida:

1. Las respuestas religiosas o espirituales en sentido amplio, aquellas que reconocen, de manera natural o reflexiva, que la existencia está religada (religare es una de las etimologías del término «religión» antiguamente propuestas, y poco importa que sea fantasiosa) a un poder superior; y no es un error decir que estas respuestas han prevalecido en la historia de la humanidad, en casi todas las culturas y épocas.

2. Hay respuestas laicas más recientes. No siempre rechazan la existencia de una trascendencia, pero apuestan ante todo por la bondad humana. Hay dos grandes variantes: una forma más utópica y humanista y una versión más hedonista e individual. La respuesta humanista a la pregunta por el sentido de la existencia aspira al mejoramiento de la condición humana. Quiere reducir el sufrimiento y luchar contra la injusticia, porque supone que la vida humana representa un fin en sí y que su dignidad merece ser defendida.

3. Hallamos, en fin, «respuestas» a la pregunta por el sentido de la vida que consisten en decir que la vida no tiene sentido (o que la pregunta está en sí misma mal planteada). Pero, una vez más, si se juzga que la vida no tiene sentido o que es absurda, es porque se rechaza que posea un sentido religioso o trascendente, realmente creíble y verificable. Respuesta del desengaño, lúcida en ciertos aspectos, porque recoge la plena medida del mal y del incomprensible sufrimiento de la existencia, pero que no responde verdaderamente a la pregunta: ¿para qué vivimos?
En cuanto a los que juzgan que la pregunta está mal planteada, hay que interrogarlos acerca de cómo convendría plantearla. La pregunta puede expresarse seguramente de otra forma, pero no es posible concebir una existencia del homo sapiens, es decir, de un ser vivo consciente de su condición, que no se plantee, en el grado que sea, preguntas sobre el sentido de su breve permanencia en el tiempo, aunque tales preguntas deban quedar abiertas (y será así más para la filosofía que para la religión).

La innegable existencia de Dios es el dogma que da sentido a las religiones, una de las grandes conquistas en las primeras reivindicaciones de los derechos humanos fue la libertad religiosa, que garantizara la no persecución por profesar una religión diferente a la de un grupo o régimen prevaleciente. Como instituciones, la forma en que se organizan las personas en congregaciones que les permite cultivar y conservar sus creencias, no están exentas de controversias sobre las personas que llevan a cabo prácticas que atentan sobre los valores que le dan sentido a su religión, esto no le resta su valía, pero afecta sustancialmente la legitimidad de quienes la predican.

Lamentablemente vemos que el fundamentalismo en esta forma de pensamiento lleva a un maniqueísmo sobre el “estas conmigo o estás contra mí” que pareciera la base argumental para el exterminio del otro.

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