Los reporteros de la fuente política llegan a creer que los políticos son sus amigos, cosa que se desmiente de manera por demás cruel cuando el periodista deja la fuente o el medio para el que trabaja; es entonces que los políticos que se decían sus amigos, ni siquiera los conocen. Me consta.

A través de 40 años de trabajo en los medios de comunicación, he observado los vaivenes de este quehacer en diferentes ámbitos, aunque, por fortuna, a mí me tocó librar las batallas los de la cultura y los espectáculos. Qué bueno, en cierta forma y para el caso es lo mismo: artistas, cantantes, músicos, actores le conocen a uno como “amigo” mientras se está en un medio de comunicación, porque para la mayoría de ellos somos un trampolín hacia el escaparate mediático.

Y no tendría que ser de otro modo, porque si en general, el ser humano ve por sus propios intereses, es lógico que aquellos que se dedican al espectáculo y que sobreviven gracias al tamaño de su ego, de la expansión de sí mismos, no tendrían por qué ocuparse por alguien que ya no le trae algún beneficio a su carrera.

Como en todo, hay sus honrosas excepciones; la cuestión aquí es cuando uno se equivoca y siente que aquellos que nos hablan de tú al entrevistarlos, aquellos que nos hacen sentir como una “familia”, son realmente nuestros amigos.

En 1984 llegaba el grupo austriaco Opus al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México para presentar su disco Live is life; después, al mismo lugar, Miguel Ríos para presentar su Rock and Ríos; las entrevistas fueron en la sala de prensa de las instalaciones aeroportuarias.

La lista de entrevistados se hizo extensa con famosos internacionales como María Conchita Alonso, o nacionales como Lucha Villa u Ofelia Medina; fueron muchas noches en el Salón Margo’s –de los hermanos Nieto y su mamá, dueños también del mítico Salón Los Ángeles en la Colonia Guerrero–, el cual recibió a todos los representantes, en ese entonces, del llamado rock en español: Ritmo Peligroso, Kenny y los Eléctricos, Luzbel, Clips, Dama, El Tri, Javier y Baby Bátiz…

Y después o muy a la par, durante lo que restaba de esa explosiva década de los 80, el boom de la salsa con Celia Cruz, Enrique Jorrín y La Orquesta Aragón, Son 14 y el cantante Tiburón, Héctor Lavoe, Willie Colón, Fania All Stars, Poncho Sánchez, Oscar D’León, Rubén Blades…

En ese entonces, como foros del son, la rumba y la salsa, también estaban el Tropicana, en la Plaza Garibaldi, la cueva de Pepe Arévalo y sus Mulatos en el bar El Gran León, en Querétaro 225, Col. Roma (por cierto, lugar que le compró a El Charro Avitia), y El Gran Salón, a la altura del Salto del Agua.

A todos esos famosos hubo qué entrevistar para llenar las páginas y portadas de tiempolibre, El Día, unomásuno, ¡Siempre!

Y realmente, hay que reconocerlo, uno como reportero, cae en el garlito: somos amigos de los artistas, cantantes, famosos. Claro que sí, hay que ver cómo nos saludan, nos invitan, nos acercan a su vida farandulera como sus verdaderos cuates.

Y un día, cuando ya no se ejerce más el periodismo de espectáculos y cultura, la realidad le cae a uno en el rostro; pasamos a tener la imagen vaga de un asistente a un concierto; aquél a quien se le ha mirado una sola vez en la vida.

Las cosas son así y hay que entenderlo; son como son.

Nosotros, los humanos, somos quienes las hacemos complicadas.

F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías

T/@ALEELIASG

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