Por: Alfonso González
El extitular del DIF estatal y empresario, marinista de hueso colorado, Arturo Hernández Davy, ya no sabe cómo diablos disculparse o congraciarse con el gobernador electo de Puebla, Alejandro Armenta Mier.
Está que no lo caliente ni el sol.
Dicen los que lo conocen que anda enojado, de malas, nervioso y hasta mal encarado.
Vamos, ni un “tinto de verano” de La Boqueria le ha dado sabor a su paladar.
No haya como quitarse el dejillo amargo de la traición.
Esa acides que deja el haber vendido -por 30 monedas- la amistad que tanto presume y pregona haber tenido con Alejandro Armenta.
Porque ahora resulta que el traidor siempre estuvo apoyando.
Vaya estupidez y cinismo.
¿Cómo se le llama a alguien que asegura tenerte cariño y respeto pero a tus espaldas opera para que te vaya mal?
¿Cómo calificar la acción de alguien que jura respetar la amistad pero a las primeras de cambio traiciona tu confianza y te entierra un cuchillo cebollero en la espalda?
¿A eso cómo carajo se le llama?
El traidor es un traidor y punto.
No vale un carajo.
Es más, dicen que el que traiciona una vez lo hace dos, tres veces y siempre.
Es la historia de Hernández Davy, quien como Judas Iscariote vendió a Jesús por unas cuantas monedas, él lo hizo con Armenta.
¿A poco ya se le olvidó?
Y es que últimamente, a pesar de tener la cara sucia por la traición, muchos se quieren proclamar armentistas.
Bien dicen que el descaro es la tarjeta de presentación de los traidores, y allí está como ejemplo Arturo.
Aunque para refrescarle la memoria sería bueno rememorar el momento en que el empresario y también socio de grupo Bagdad se la jugó con su “amigo” Alejandro Armenta.
Eran, entonces, los tiempos difíciles del aún senador con el barbosismo y todos sus actores y protagonistas, de los cuales muchos que hoy están sentados en su mesa lo aborrecían por consigna.
Arturo, sí, decidió decantarse por Armenta como posible candidato al gobierno de Puebla.
Apoyó la causa un momento, sí, pero a la postre fue presa de la ambición y de sus propios intereses, toda vez que el nachismo lo tocó, lo envolvió y lo convenció de traicionar a su disque buen amigo Alejandro.
Desde ese momento, cuando vendió a quien lo incluyó en su grupo más cercano, marco su destino.
Porque, insisto, un amigo no te vende.
Arturo Hernández Davy decidió cambiar de rumbo, de gallo, de posible candidato y de amigo.
Se dedicó, luego de haber negociado con el nachismo, a difundir la idea y la narrativa de que Armenta no seria elegido como candidato, ya que todo estaba dado y planchado para que su mayor contrincante asumiera la estafeta como abanderado al gobierno de Puebla.
Se encargó de promover, entre el equipo de trabajo de Armenta, la idea de que el proceso interno de Morena ya estaba definido y su querido amigo no iba a ser elegido.
¿Eso hace un amigo?
Arturo Hernández tiene razón cuando dice que la política es de emociones, por supuesto.
Por eso está fuera del equipo de Armenta, precisamente para que siga sólo sus emociones, sus sueños guajiros, y nadie lo moleste.
La realidad es que el extitular del DIF estatal no conoce al gobernador electo de Puebla, aunque diga lo contrario.
Por algo políticamente ya es un muerto viviente.
Por algo, también, intentó ser candidato de muchos otros partidos en donde fue todo un fracasó.
Y sostengo que Arturo Hernández no conoce al gobernador electo porque, contrario a lo que asegura, Alejandro Armenta sí tiene su propia personalidad, no es como ninguno de los exgobernadore, ni como Manuel Bartlett Díaz, ni como Melquiades Morales Flores, ni como Mario Marín Torres, ni como Rafael Moreno Valle Rosas, ni mucho menos como Luis Miguel Barbosa Huerta.
Es una pinche locura asegurar lo contrario.
En su afán de quererse congraciar para que le perdonen su asquerosa traición, Arturo ya no sabe qué hacer.
Y no, no es ofreciendo entrevistas como lo va a lograr.
Al traidor no se le perdona, así de simple.
Más bien lo que deberían hacer personajes como Hernández Davy es tener dignidad, decencia y respeto por ellos mismos.
Porque los errores tienen consecuencias y se pagan tarde que temprano.
¿Así o más claro?
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