La última vez que lo escuché fue en una transmisión nocturna, hace once años. Su voz, grave y precisa, desbordaba la seguridad de quien lleva décadas interrogando al poder, desmenuzando los secretos de las ciudades dormidas. Es un locutor, periodista y narrador de historias, pero también un sobreviviente de los tiempos en que la radio era base imprescindible de la información; mucho antes que los algoritmos digitales decidieran qué verdades escuchar.

Hoy, su voz yace en el olvido, ahogada por el ruido digital y la obsesión por lo inmediato.

Después de tres décadas al aire, su voz sigue siendo impecable, de esas que amoldan las noticias a los oídos más distraídos, sin embargo, su presencia ya no es requerida en muchos de los espacios sonoros que incluso, ayudó a construir.

“Es el turno de los jóvenes”, me dijo con una media sonrisa y no era para nada un reproche, sino una aceptación en tono resignado.

Su talento había quedado sepultado bajo el peso de una industria que avanza al ritmo frenético del clic, los reels, videos cortos, memes y la inmediatez, haciendo que su sabiduría (adquirida en interminables madrugadas al frente del micrófono y en coberturas históricas), no encuentre hoy, cabida en el nuevo periodismo; uno que prefiere rostros frescos, voces nuevas, mal valorizadas en lo salarial y por demás inexpertas.

El periodismo, como reveló un análisis publicado en el Sitio Web Sage Journals, sigue siendo una “ocupación de jóvenes”; destaca que, en 60 países, la edad promedio de los periodistas apenas se ha movido en dos décadas, y se adosa en una fuerza laboral general mucho más longeva.

Este fenómeno, que podría interpretarse como una “adaptación al mundo digital”, es también un síntoma de una afección más profunda: el desprecio por el oficio como una carrera de largo plazo y mucho menos, para profesionalizarse.

El locutor, motivo de este relato periodístico y de quien me reservaré su nombre para preservar su anonimato, me confió cómo al inicio de su carrera, las noticias en la radio, eran reconocidas por periodistas y reporteros e incluso para los concesionarios y empresarios, como un espacio para aprender, para errar, pero también para crecer, con el principio de la responsabilidad, con vocación y convicción de servicio a las audiencias, haciendo que incluso el periodista fuera un personaje de respeto y admiración; máxime, si combinaba el uso de las cualidades de la voz, para expresar las realidades informativas “al aire”.

Pero hoy, el tiempo de permanencia en el periodismo es efímero; muchos son quienes llegan con entusiasmo, pero se van antes de acumular las horas suficientes para comprender la responsabilidad y riesgos que implica informar de forma veraz y comprometida.

En el caso de nuestro lector de noticias o “narrador de historias informativas”, fue la transición digital la que marcó el inicio de su fin. “Nos dimos cuenta que teníamos que ser más versátiles, que deberíamos aprender a manejar redes, las narrativas digitales, transmedia; a grabar video, a editar… y lo hicimos. Pero al final, siempre se prefiere alguien más joven y obvio, que cobre menos, aunque esto signifique que habrá de permanecer poco tiempo en el medio”, expresó con una semicadencia tonal, como si fuera la nota del día.

Los datos respaldan esta afirmación, pues, según el estudio elaborado por Worlds of Journalism hace menos de un lustro, se señala que el periodismo actual no solo está plagado de trabajadores jóvenes, sino que también lidia con una alta rotación laboral.

Esta tendencia no solo excluye a los veteranos, sino que también sacrifica la profundidad y el contexto en favor de una inmediatez vacía de contenidos bien elaborados y mucho menos que incluyan el rigor que se exige en periodismo.

Y es que, es en esta transición digital que celebra la diversidad de fuentes y formatos, donde hemos perdido de vista que el periodismo no es solo un oficio de herramientas nuevas, sino una labor profesional que exige experiencia, ética y memoria histórica.

Las y los trabajadores de las noticias radiales, como el protagonista de esta entrega semanal periodística, encarnan esas cualidades, no obstante que han sido relegados a las sombras, vistos como reliquias de un pasado que ya no interesa.

Es irónico, incluso trágico, que una voz tan entrenada para narrar historias, ahora no tenga, ni encuentre un espacio desde donde contar la suya y mientras tanto, la industria se hunde en su propia superficialidad, produciendo información que, como la comida rápida, satisface momentáneamente pero no alimenta el espíritu crítico, ni el criterio informativo de sus audiencias.

Una tarde, no hace mucho encontré al periodista locutor que, como ya es habitual, estaba sentado en un café, revisando sus redes sociales, contrastando y comparando información en la Web, escuchando Podcast Informativos y leyendo lo que relatan uno que otro columnista.

Cuando me acerqué y le saludé, levantó la mirada y me dijo: “quizá la radio ya no me necesita, pero yo siempre necesitaré contar historias”.

Su voz, aunque olvidada por el micrófono, sigue viva en quienes alguna vez aprendimos a escuchar.

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Spotify: Bien y a la Primera de Omar Espinosa

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