La política exterior de los Estados Unidos es producto de una interacción dinámica entre el
Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo mejor descrita como de competencia cooperativa.
Esta competencia sistémica no es un obstáculo, sino un mecanismo que enriquece la toma
de decisiones y permite la construcción de políticas más sólidas y representativas.
El Congreso y la Presidencia tienen roles definidos en la constitución nacional, pero en
ocasiones se enfrentan por el control de la dirección diplomática del país. A pesar de estas
fricciones, la existencia de múltiples actores en la formulación de políticas internacionales
garantiza que los intereses nacionales sean considerados desde diversas perspectivas; por
lo que, la competencia entre ambos poderes debe ser vista como una fortaleza propósito
de su sistema.
El Departamento de Estado, como principal agente diplomático del Ejecutivo, trabaja en
conjunto con el Congreso para diseñar estrategias y negociar tratados internacionales que
este último pueda aprobar. El proceso de aprobación y supervisión por parte del Congreso
introduce controles necesarios dentro de la política exterior que impiden la concentración
excesiva de poder en el Ejecutivo. En temas como los tratados comerciales y declaraciones
de guerra donde la constitución los deja expresamente bajo el control del Legislativo, la
necesidad practica de apoyarse en los recursos del Ejecutivo para negociar de manera
eficaz significa que la relación corre de ambos lados. Esta necesidad de cooperar evita
decisiones unilaterales y fomenta la deliberación para garantizar que la política exterior
responda a intereses nacionales a largo plazo.
Desde la perspectiva de competencia, uno de los beneficios clave es la mejora en la
calidad de las políticas adoptadas como resultado de la diversidad de opiniones y
posibilidad de iniciar negociaciones preliminares simultáneamente con otros países.
La supervisión legislativa y el debate entre diferentes actores políticos permiten una
evaluación crítica de las estrategias propuestas. Para Daalder y Destler 1 , por ejemplo, la
traducción que han hecho históricamente los asesores de seguridad nacional de las
demandas del Ejecutivo en propuestas concretas para ser debatidas en el Congreso, es
muestra de la inclusión forzosa de voces opositoras en la construcción de consenso.
Este proceso contribuye a que la política exterior de los EE.UU. sea más robusta y adaptable a un entorno internacional en constante cambio sin polarizar de manera irreparable los partidos políticos. El orden constitucional funciona para que ‘la política termina en las orillas del agua’.
A nivel internacional, la participación de múltiples actores estadounidenses en las
negociaciones diplomáticas fortalece la posición del país. La inclusión del Congreso en
acuerdos comerciales y tratados multilaterales genera confianza entre los aliados, ya que
garantiza la continuidad de las políticas más allá de un solo mandato presidencial a
comparación de un acuerdo del Ejecutivo. Para países como Arabia Saudita, contar con un
tratado ratificado por el Legislativo ha sido una condición de su negociación sobre un
tratado de seguridad y transferencia de tecnología nuclear civil con los EE.UU. dentro de
un marco mayor de la no proliferación de armas nucleares.
Un ejemplo concreto del éxito de este sistema es la negociación del Tratado entre México,
Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Durante su renegociación, el Congreso desempeñó un
papel clave en la incorporación y aceptación por México de disposiciones laborales y
ambientales más estrictas. Gracias a la supervisión del Legislativo, el acuerdo final reflejó
no solo los intereses del Ejecutivo, sino también las preocupaciones de diversos sectores
económicos y sociales reflejados a nivel local o estatal si bien no tuvieran una presencia
política nacional.
En conclusión, la competencia cooperativa entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo en la
formulación de la política exterior de los EE.UU. es una fortaleza y no una debilidad. A
pesar de los desafíos que presenta este equilibrio de poderes, el resultado final es una
diplomacia más sólida, inclusiva y representativa. Esta caracterización es por diseño y
prácticamente sui generis a nivel mundial. La capacidad del sistema político
estadounidense para integrar diversas perspectivas y supervisar la implementación de
políticas garantiza que el país mantenga una posición líder en el escenario internacional,
respaldada por un consenso interno que refuerza su credibilidad y eficacia en la
diplomacia global.
Por la alumna Hannia Michelle Gómez Rosales y el Mtro. José R. Xilotl Soberón
Escuela de Relaciones Internacionales de la Anáhuac Puebla
Referencia:
Daalder, I. H., & Destler, I. M. (Vol. 88, No. 1 (January/February 2009)). In the Shadow of the Oval
Office: The Next National Security Adviser. Foreign Affairs , 114-129.