Si bien tengo muchos amigos, y muchas y muchos de ellas y ellos muy queridos, que militan en Acción Nacional, dado lo crítico que tradicionalmente he sido con la figura de los partidos políticos a raíz de la caída del Muro de Berlín y la implosión del bloque soviético -críticas que se han reforzado a raíz del desarrollo de las TIC’s, las redes sociales y la entrada, como sociedades, a la etapa histórica que se puede identificar como postmodernidad[1]– nunca he militado en el PAN ni en ningún otro instituto político. Sin embargo, y pese a mi posición crítica, en pleno Siglo XXI es innegable la importancia que estos tienen, tanto a nivel nacional como internacional, para la gobernabilidad de las diferentes sociedades e, incluso, en la composición del orden internacional.
Dicho lo anterior, creo que más allá de filias y fobias, el relanzamiento del Partido Acción Nacional es un evento de relevancia nacional que, bien manejado, puede repercutir en la salud de la democracia nacional dentro del nuevo régimen que se está conformando, bajo la dirección de MORENA y la autonombrada Cuarta Transformación pero que, de resultar fallido, pudiera dar lugar a un déficit de vehículos institucionales para desahogar y procesar, en términos de gobernabilidad, la diversidad de opiniones que coexisten al interior de México.
Lo bueno. Dada la importancia de que existan canales institucionales funcionales por medio de los cuales se pueda procesar, de manera democrática, las inquietudes de aquellos sectores de la sociedad mexicana que no coinciden, ya sea parcial o de manera más general, con el oficialismo, el que la oposición “partidista” de señales de vida después de que fuera electoralmente atropellada en junio de 2024, parece ser una gran noticia. Asimismo, estas señales de vida también son buenas noticias para el propio oficialismo pues, repasando la historia política mexicana del Siglo XX, si hubo algo medular en la legitimación de un régimen de partido “hegemónico” o dominante, fue precisamente la existencia de partidos políticos de oposición.
Lo malo. Que este relanzamiento, en términos mercadológicos porque no creo que se pueda hablar de una refundación en términos ideológicos o programáticos, se da en un vacío institucional. De manera muy pragmática, y con la esperanza de resultar claro para las y los lectores, hay que reconocer que el país está en pleno proceso de transformación institucional lo que ocasiona que, en términos democráticos y más allá de lo estrictamente electoral, aún no sepamos con qué espacios van a contar las voces disidentes al para ser auténticos opositoras u opositores y tampoco se sabe con qué margen de maniobra van a contar con los partidos políticos como tales.
Lo feo. Me parece que lo más complicado, y el mayor riesgo para el PAN como instituto político de cara al futuro, es la credibilidad que este relanzamiento logre de cara a la sociedad mexicana. En primer lugar, porque es difícil creer que algo va a cambiar cuando el anuncio del cambio se realiza por los mismos actores políticos de antier y de ayer, y sin que haya habido ningún tipo de ruptura, “statement”[2] o, por lo menos, manazos visibles sobre la mesa. Segundo, por la falta de definiciones en el relanzamiento pues, más allá de asumirse como un espacio político de “derecha”, Acción Nacional sigue navegando entre ser un partido conservador (González Luna) o uno de corte liberal (Gómez Morín). Tercero, por el riesgo potencial de ceder a la tentación de decantarse por un liderazgo coyuntural externo, rentable políticamente en el corto plazo (como podría ser el caso de Ricardo Salinas Pliego de TV Azteca), con el riesgo de perder identidad, y rentabilidad electoral, en los años por venir.
Tal como señalé al inicio de la presente entrega, en buena medida lo que se está atestiguando no sólo es la apuesta del PAN, en lo individual, por seguir siendo un instituto político de relevancia nacional o, en su defecto, convertirse en una fuerza política regional en el Bajío, sino una medición de la salud democrática del país en su conjunto dada la coyuntura que se está viviendo. De manera obligada, veremos y diremos.
[1] Es la corriente de pensamiento de finales del siglo XX, caracterizada por el escepticismo hacia los «grandes relatos» de la modernidad -la fe en la razón o el progreso- y que supone que la realidad es socialmente construida, por lo que su visión es relativista, en la cual no existen verdades universales, sino interpretaciones diversas y múltiples. Enlace de la referencia: https://concepto.de/posmodernidad/
[2] Es un texto breve, no mayor a 20 líneas, que se redacta en presente y en primera persona, en el que la autora o el autor hace una declaración de principios sobre su persona y su proceso y/o proyecto. Enlace de la referencia: https://www.datarte.art/post/como-escribir-un-statement#:~:text=¿Qué%20es%20un%20Statement%20o,comisaria%2C%20curadora%20y%20museóloga%20argentina.






























