La aparición en el siglo pasado del centro comercial como tipología arquitectónica no solo obligó a replantear la manera en que se ofertan y comercializan algunos productos, sino que también el modo en que el consumidor se relaciona con el espacio en donde hace sus compras, su experiencia y la relación de estos sitios con el contexto urbano donde se encuentran.

Aquel modelo de ciudad donde las calles actúan como distribuidor primario hacia los negocios para que el comprador entre, salga, y sigua su camino parece estar muy alejado de la tendencia actual, donde en un solo sitio se concentran tiendas, amenidades y servicios, resolviendo las necesidades de la población sin que esta deba desplazarse por distintos puntos de la ciudad. De primer vistazo esto pareciera conveniente, pues reduciría el crecimiento horizontal de la urbe, lo cierto es que no en todas las ocasiones los centros comerciales responden a las exigencias urbanas, pues su accesibilidad, ubicación y diseño no garantizan una ciudad fluida, segura y eficiente.

En recientes días, zonas de distintas ciudades del país sufrieron una grave saturación vehicular, la temporada de “rebajas y ofertas” que por este mes sucede puso a prueba la eficacia de las avenidas, la paciencia en el tráfico y la planeación de nuestras calles. Videos muestran el estacionamiento en que se convirtieron calles inmediatas a algunos centros comerciales de nuestra ciudad, zonas a las que, no está de más mencionar, se les han invertido una buena cantidad de capital (público y privado) sin esto resolver por completo este tortuoso fenómeno vial. Usuarios que estuvieron “a vuelta de rueda” mencionan que lo peor no es estar atorado en medio de un mar de vehículos, sino que los efectos que esto produce, pues entre algunos de estos se encuentra la nube de smog que naturalmente se produce, lo que atenta directamente a nuestra calidad de vida.

La congestión vial es algo que, lastimosamente, se ha integrado en la cotidianidad de la vida urbana, una realidad que va más allá del tiempo invertido en los trayectos, sino que involucra temas como la seguridad y la salud pública; hay quien dice que recibimos lo que damos, y en el caso de la ciudad no puede ser más cierto. La creación y mejoramiento del transporte público, de áreas verdes y de calles completas (esto es ciclovías, banquetas amplias, vegetación, etc.) no solo generaría un cambio en lo que a la metrópoli respecta, sino que los principales beneficiados serían los ciudadanos, una estrategia de crecimiento urbano consciente de la reciprocidad que existe entre la ciudad y sus residentes.

Ahora bien, en muchas ciudades (incluyendo la nuestra) no es difícil encontrarse con las conocidas “placitas”, puntos comerciales de dimensiones considerablemente más modestas, pues esta tipología locataria atiende a un sector vecinal, a la vez de favorecer (en algunas ocasiones) a la economía local; ¿será prudente entonces optar por menos “plazotas” y más “placitas”?

En Puebla, Plaza Dorada (1979) descentralizó el comercio del Centro Histórico, sitio que en ese momento estaba saturado, abriendo un nuevo panorama arquitectónico y comercial en la ciudad, esto según su arquitecto, Fernando Rodríguez. El futuro de los centros comerciales parece incierto, pues algunos aseguran que la tendencia es la compra en línea, lo que en un par de años provocará el cierre de las tiendas donde tradicionalmente se exhiben los productos para que, en su lugar, se abran grandes bodegas donde se distribuyan las compras realizadas digitalmente. Lo que este fin de semana pudimos observar fue la contraparte de este presentimiento tipológico, los centros comerciales siguen siendo visitados por la población, a quienes el mensaje publicitario “compre ahora, pague después” sigue enganchando más que el del cada vez más palpable y lastimoso compre ahora, salga después…

 

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