Cuando era niño, la idea sobre la posmodernidad se me antojaba complicada de comprender y asimilar, me parecía que era mejor no indagar en ella, pues la veía como una palabra rebuscada y exclusiva para intelectuales, o me sonaba como un mote para película de ciencia ficción o cuento de Philip K. Dick, la pensaba muy lejos de la realidad sobre la que yo y mis contemporáneos estábamos ubicados. Después de ver “Robocop” por ejemplo, recuerdo que mi hermano dijo algo así como: “esto es muy posmoderno”, entonces siempre la creí un chiste, un tipo de broma generalizada y no me la tomaba tan en serio. Este tiempo de la historia, suponía, se encontraba en un futuro decadente y marginal, lleno de personajes tipo “MadMax” o sociedades como la descrita en el libro “The road” escrito por Cormac McCarthy. Y si bien es cierto que la posmodernidad da cavidad también a este tipo de personas y hasta sucesos, en la realidad común, la que se vive día a día en la cotidianeidad, las cosas son distintas.

Pasaron los años y las decisiones y entonces deje de ser un niño, así que comencé a buscarme a través del performance y el arte, y fue ahí donde no pude seguir aplazando el conocimiento de tal palabra. La escuchaba, la leía y la veía por todos lados. No tuve más opción que darme a la tarea de desentrañarla y comprenderla. Hasta ese momento no me había percatado, no de manera consiente por lo menos, que yo era el reflejo de mi tiempo, ¡de un tiempo posmoderno!, en donde no hay verdades únicas, en donde no existe una hegemonía de cómo deben verse las cosas, en donde existen muchas formas de entender los sucesos y los estereotipos que permean nuestra sociedad, en donde los productos, y no solo los comerciales, son el resultado de una mezcla compleja de saberes y de culturas.

Después comencé a darme cuenta que mi familia, constituida solo por mi madre, mi hermano y yo, no era la familia tradicional, que la homosexualidad era algo que ya no se ocultaba, que las mujeres ganaban terreno en muchas áreas de la vida social, que la información empezaba a llegar por todos lados y que los medios de comunicación comenzaban a transformarse. Entendí por tanto, que la posmodernidad había cambiado muchos de los dogmas hasta hace poco inmovibles e impenetrables. El posmodernismo no solo era una palabra dominguera, era algo en lo que estaba metido, era algo que me caracterizaba, en fin, era algo que estábamos viviendo todos.

Hace poco más dos años, mientras veía de manera autómata las publicaciones en el feis, me percaté que el Cenart abría un convocatoria para un diplomado en línea sobre arte contemporáneo, este curso digital te invitaba a comprender las muchas posibilidades que tienen las prácticas artísticas hoy en día y lo celebro de manera efusiva, pues me abrió un panorama que no dilucidaba de manera clara.

Hoy me doy cuenta que me encanta vivir en esta época, con estas posibilidades sin límites de exploración. Estoy enamorado de mi tiempo histórico y sus circunstancias. Gracias a esta conciencia social posmoderna, la gente ha dejado de contradecir el pasado y en lugar de restarlo o negarlo se suma, ya no somos el opuesto del ayer, sino la transformación de aquello con el hoy. Somos movimiento, somos proceso, somos conceptualidad, somos una transformación constante, somos MÁS. Hemos dejado de ser estáticos para retornar a la vida nómada, en donde los cuerpos (al menos un cuerpo cibernauta) y el saber se mueven, en donde no hay fronteras o pronto dejará de haberlas, pues el mundo será una aldea y todos tendremos la misma oportunidad. Esto aún es una utopía, pero con esta característica posmoderna en la conciencia común, se ve como una posibilidad que nunca antes existió.

artodearte@gmail.com

 

 

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