El espacio es algo que todos habitamos pero del cual poco o nada sabemos en cuanto a qué se refiere, mucho menos hemos profundizado para reflexionar sobre las dimensiones conceptuales o formales que lo constituyen. Podríamos mencionar rápidamente distintas enmarcaciones o usos que se le dan a esta idea, muchos por ejemplo hablan del “espacio íntimo”, otros más, lo científicos principalmente, del “espacio sideral” y en general la gente utiliza mucho el “dame mi espacio”. Pero ¿qué es en realidad el espacio? ¿Un concepto o una forma? ¿Un lugar o una idea? Y dentro del mundo del arte podríamos preguntarnos: ¿Cómo participa o a que se refiere el espacio en las prácticas artísticas? ¿Y el espacio público?
Desde los años 70´s el arte ha ampliado su espectro de trabajo volcándose en el espacio público, un lugar con semánticas comunes, sacando también las propuestas de un sitio cerrado –museos, galerías, escuelas, etc- para colocarlas en un contexto con mayor amplitud de miradas y significaciones. Reflexiona Néstor García Canclini al respecto: “El arte público debe confrontarse con las lógicas de la monumentalizarían y del espectáculo. También debe digerir las presiones del mercado, condicionador de los vaivenes del arte contemporáneo, no solo en galerías y subastas sino aun en bienales y museos, revistas y exhibiciones de aspecto no lucrativo”. El sociólogo e historiador José Manuel Valenzuela nos explica: “La producción de arte público o arte de intervención propicia el cruce de miradas entre el artista y la población, que es testigo, público y voyeur de su proceso de elaboración”, es decir, el arte público permite imaginar la puesta en escena como posibilidad de comunicación, ya que “se produce en contextos donde se tensan los procesos de permanencia, transformación y destrucción” dice Valenzuela, es así que el arte público cuando no conoce bien el contexto en donde se presenta, generar irrupciones abruptas en la vida cotidiana. “El arte de intervención muchas veces logra trastocar los ámbitos íntimos de la cotidianidad, pero no siempre en la dimensión deseada, a veces la ruptura se presenta como paracaidismo o invasión, que afecta la vida cotidiana de la población sin que esta se sienta interpelada por la obra, pero si por los efectos que conculcan sus espacios” explica Valenzuela.
Para lograr sus objetivos el arte público ha echado mano de la producción de instalaciones artísticas, estas, según la artista Helen Escobedo: “mueve más sentidos” ya que “te desplazas físicamente en un espacio que contiene varios objetos relacionados entre sí. El sitio es importante para deambular, sentir el olor, el tacto, el frío y el color”. “La instalación recupera las cosas y objetos comunes que conforman su contexto. Sin afanes trascendentes ni vocación por el registro, su condición de fugacidad evasiva confirma la afirmación monsivasiana de que ‘lo fugitivo permanece’. El arte interviene en la vida, la interpela, la agrede, y muchas veces la fastidia” nos explica nuevamente José Manuel Valenzuela.
Para finalizar Canclini comenta: “Más que embellecedores decorativos del espacio, monumentalizadores del pasado o de ‘lo propio’, espectacularizadores de lo sorprendente o compensadores de lo débil, los artistas pueden ser quienes contribuyen a rehacer las preguntas que replanteen la vida pública. Cuando la función social más extendida de los medios de comunicación es, según escribió Jean Francois Lyotard, fortalecer un cierto orden reconocible del mundo, revitalizar el realismo y ‘preservar las conciencias de la duda’, el arte consistiría en desestabilizar tales certezas o permitir que emerja la incertidumbre proliferante en las interacciones multiculturales”.
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