Hace días, observé a un jovencillo que sin existir causa aparente, agredía a cuanto pasaba cerca de él. Esto me llevó a reflexionar lo que vive hoy nuestra sociedad. Llevándome la idea, que no son otra cosa que impulsos generados por su entorno familiar o social de lo que percibe nuestra juventud.
Esto me invitó a investigar un poco acerca de los impulsos. Obteniendo que es una reacción ejecutada de manera súbita, sin reflexión, ni cautela, motivada por la impresión del momento, que lleva a comportarse de una manera determinada, para bien o para mal. Además, que estos pueden convertirse en problemas si no se auto controlan. El control de los impulsos es un mecanismo, que permite hacer una pausa y analizar el comportamiento y sus consecuencias. Existen diversas técnicas para desarrollar el control de los impulsos: ejercicios de respiración, nuestras costumbres y hábitos de las virtudes y valores humanos aprendidos desde el hogar, que permiten inhibir tendencias a malos comportamientos.
Es sabido por muchos, que los impulsos son producto de la irreflexión o de la precipitación, sobre lo que se debe hacer. Esto origina algunas veces, intensas emociones que desencadenan impulsos, mismos que terminan regularmente en comportamientos negativos. Existe mucha gente que no ha aprendido a manejar sus voluntades, percepciones, sentimientos, pensamientos o intereses. Esto los lleva a ser impulsivos y caprichosos.
Existen también los buenos impulsos, sobre todo cuando se tratan de acciones hacia la sociedad. El éxito de estos depende de la prontitud con la que se reaccione, por la irreflexión o por ser una costumbre convertida en hábito y posteriormente en virtud.
Es natural que las mentes con una buena formación educativa, emocional y moral, tendrán impulsos con las aristas ya pulidas, por lo cual serán más asertivos y prácticos. Pues sus impulsos tenderán a no ser irracionales, si no que estarán guiados, por sentimientos y valores aprendidos y ejecutados a través del tiempo. De ahí que considero que es importante fomentar y consolidar los valores, principios y educación desde la infancia. Para así alcanzar impulsos que nazcan y apliquen desde el corazón.
Si nuestros hijos viven en un mundo de impulsos irreflexivos, tienden a caer en un ciclo de violencia, en la que una maldad sucede a la otra, como si estuvieran engarzadas. Es ahí cuando nosotros como padres tendíamos que sancionar sus impulsos, pero, si nuestro actuar es similar al de ellos, aunque tratemos de auto justificar nuestro comportamiento, perderemos nuestra calidad moral para hacerlo.
El actuar impulsivo, no debe convertirse en una costumbre, pues supone una falta de serenidad y control mental. Consideraría que los impulsos debieran dejarse para eventos especiales, sobre todo para cosas buenas, y tendientes a solucionar conflictos para beneficio social o incluso personal. La formación del carácter es una parte muy importante, para poder controlar los impulsos y no dejarse llevar por ellos.
Definitivo, los malos impulsos nos llevan a realizar acciones incorrectas y pueden frenar nuestras buenas acciones, debido casi siempre, a la falta de dominio del carácter, motivado por la mala educación recibida desde nuestro hogar. Por lo que impulsivamente no se deben hacer las cosas, o dejarse de hacer según sea el caso. La ira, el odio, la venganza o la cobardía producto de un impulso, tienden a terminar en pleitos, peleas o incluso crímenes o en graves decisiones.
En nosotros como padres está el ofrecer ejemplo y formar virtudes y valores a nuestros hijos, que les permitan desarrollar sus impulsos positivos como: De adhesión y caridad a las desgracias ajenas. De deseo de imitación de las obras buenas. De cariño hacia los seres amados o queridos.
Desde un punto personal de vista, es bastante peligroso ser impulsivo en las decisiones económicas, pues ese arrebato nos puede costar mucho dinero y disgustos irreversibles. Los viejos lobos, de manera inmediata reconocen a los que hacen negocios dejándose llevar por impulsos, y ejercen en ellos una influencia que los puede llevar a la banca rota. Solo aquellos que tienen una mente muy educada, toman decisiones rápidas, que no es lo mismo que impulsivas.
En todas las épocas, los padres se han enfrentado a hijos que sin importar su edad son: impulsivos, groseros, manipuladores, agresivos, impacientes, en suma, problemáticos. Y que no responden ni a premios, ni a castigos de los padres. Y solamente siguen sus impulsos o caprichos inmediatos.
Por ello, estamos comprometidos los padres a enseñar a nuestros hijos a controlar sus impulsos y a pensar con suficiente profundidad, aquellas consecuencias que le pudieran suceder, en caso de obrar impulsivamente. Es muy simple hacerlo, pues basta nuestro ejemplo y la práctica de las virtudes y valores humanos para lograr que nuestros hijos sean hombres y mujeres virtuosos. Porque eso es… Dar de Sí, antes de pensar en Sí.
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