Obtener un papel para ejercer una profesión aun ignorándola es relativamente sencillo en México. El proceso inicia formalmente en la primaria a los seis años de edad. La fórmula consta de resistir poco más de tres lustros siendo un participante regular. Al final de esta larga encomienda, casi siempre impuesta por los padres, el participante obtiene una licencia para ejercer una profesión de la que apenas conoce lo básico. La educación escolarizada es una norma y pocos dudan de su efectividad como impulsora del desarrollo intelectual, emocional y afectivo del ser humano. Alto. ¿Es la educación escolarizada una herramienta efectiva para el óptimo desarrollo del individuo con su sociedad y consigo mismo?
El ignorante funcional es su producto, quiero decir, una persona con estrecho margen de conocimiento pero sirviente efectivo a los intereses del capital es el resultado de este proceso educativo. Enrique Peña Nieto es el claro ejemplo de este sistema, es decir, un hombre con escaso acervo cultural, poco leído, de pobre retórica, con una ética profesional a todas luces cuestionable pero también, un hombre que trabajó con eficiencia para los intereses de un grupo.
La crisis en el sistema educativo no es algo nuevo y no es un problema exclusivo de México. El crítico, teórico y también profesor George Steiner declaraba hace poco en una entrevista: Me asquea la educación de hoy, que es una fábrica de incultos. La escuela es una tecnología de la educación fallida y ha evolucionado poco desde su creación. Su metodología y estructura organizativa es anacrónica y obsoleta y sus participantes continúan reproduciendo la dicotomía autoridad-sumisión. El filósofo francés Jacques Rancièr asegura que nos encontramos en una sociedad de orden progresivo, es decir, la autoridad de aquellos que saben por sobre aquellos que ignoran, ya que quien obedece un orden debe comprender que debe ser igual al maestro y entonces se somete a él. La educación escolarizada tradicional por tanto no solo continúa y perpetúa la desigualdad, también se presenta como una repetición. Año tras año, curso tras curso, materia tras materia se “enseña” y se trabaja con un sistema que ya no funciona para el presente y los múltiples contextos en los que se desdobla.
En un reciente artículo del diario El País, el reconocido pedagogo estadounidense Henry Giroux declaraba: La crisis de las escuelas es la crisis de la democracia, (…) las universidades están siendo atacadas por los recortes continuos en su financiación, especialmente los departamentos de humanidades (…). La educación es siempre política. Estamos en un sistema opresivo basado en el castigo y la memorización, persigue el conformismo (…). Los exámenes forman parte de un discurso de opresión, son una forma de disciplinar a los alumnos y profesores, restan imaginación a los estudiantes. Por su parte el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos comenta al respecto: La idea de la universidad moderna hace parte integrante del paradigma de la modernidad. Las múltiples crisis de la universidad son afloramientos de la crisis del paradigma de la modernidad.
Al sistema educativo no le interesa el fomento al “pensamiento crítico” sino la mercantilización del sujeto, carece del fomento en sus estudiantes de esa reflexión que formula y se cuestiona ideas, que explora y duda, que traza relaciones sin concentrarse en un campo disciplinar, que piensa, siente, se emociona y razona. Avanzar guiados por el sistema educativo, suponen muchos ingenuos, es andar un “camino seguro” para insertarse, en determinado tiempo, a una “posición cómoda” en la gran y complicada rueda social del trabajo; la compra y la venta, la producción y el consumo, y a la par, comprenderse en la unicidad, acrecentar el intelecto y engrandecer el espíritu. Falso.
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