Las relaciones tensas entre ambas naciones, contrario a lo que muchos piensan no comenzaron con el triunfo de la revolución cubana en 1951, pues apenas meses después de derrocar a Fulgencio Bautista, Fidel Castro visitó Washington en abril de 1959.
Durante su visita, Richard Nixon señaló: “Yo sé lo que el mundo piensa de nosotros, que somos comunistas, pero yo he dicho claramente que no somos comunistas”. Por lo que, en los meses posteriores al derrocamiento de Batista, no hubo grandes cambios.
Existía actividad de las fuerzas contrarías a Fidel Castro dentro de Cuba, por lo que las autoridades cubanas acusaron al gobierno estadounidense de estar detrás de estos ataques haciendo que la atmósfera de tensión creciera.
Ambos países subieron de tono sus discusiones, hasta el punto en que Fidel Castro acusó al gobierno de Estados Unidos de entrenar mercenarios para una posterior invasión de la isla, por lo que se decidió a formar milicias.
Bajo este panorama en marzo de 1960, el entonces presidente estadounidense Einsenhower autorizó a la Agencia Central de Inteligencia para que iniciara el entrenamiento de refugiados cubanos para una invasión. Estos hechos fueron el empujón que el gobierno cubano necesitaba para fortalecer lazos con la Unión Soviética.
Todo este contexto brindó las bases para que la relación se fuera fracturando, el sentimiento se intensificó cuando el gobierno cubano decidió nacionalizar las empresas estadounidenses existentes en su territorio.
En consecuencia, durante octubre de ese año, Washington prohibió las exportaciones a Cuba y lo que inició como un embargo fue ampliado. Hasta que el tres de enero de 1961 Estados Unidos rompió oficialmente relaciones con la isla y ordenó el cierre de la embajada existente en La Habana.