Por: El Psicólogo Carlos
Imagina que llevas meses considerando inscribirte al gimnasio, ya que tu condición física y hábitos saludables no son los mejores y te gustaría realizar cambios en tu vida. Ya viste rutinas en TikTok, te compraste unos tenis y hasta armaste una playlist en spotify exclusivamente para el gym, pero cuando llega el momento de inscribirte, empiezas a pensar: ¿y si no aguanto? ¿y si me ven ridículo? ¿y si solo pago y al final dejo de ir?… y terminas postergando. Con la terapia pasa algo similar: muchas personas saben que necesitan cambiar la manera en la que se están relacionando con su entorno, pero no terminan de decidirse porque los miedos pudieran estar pesando más que las ganas.
Los psicólogos, sabemos que estos miedos no aparecen de la nada, se han ido construyendo a lo largo de tu historia de aprendizaje: experiencias pasadas, lo que escuchaste de otras personas, ideas que repetiste tantas veces que hoy las das por ciertas y probablemente algunos intentos que no han salido como lo esperábamos, y aquí empieza lo bueno, “lo importante no es eliminarlos”, ya que no es tan simple solo borrarlos cual archivos de computadora, el secreto está en aprender a relacionarte de otra manera con ellos.
Es por ello que el día de hoy en tu ya querida columna semanal sobre bienestar psicológico quiero contarte cuáles son algunos de esos miedos más comunes y qué podrías hacer si te identificas con ellos (recuerda que no son recetas)
“Me da miedo abrirme con alguien que no conozco”
Tiene todo el sentido del mundo: desde pequeños aprendemos a cuidarnos de desconocidos y a no mostrar vulnerabilidad (muchas veces los papás son los que nos enseñan eso), exponernos implica riesgo, y tu cuerpo lo sabe, la diferencia está en que, en terapia, ese riesgo es calculado (se supone), ya que el terapeuta está entrenado para ofrecer un espacio seguro y ético.
Algo que pudieras intentar es empezar poco a poco, tal vez no necesitas contar lo más doloroso en la primera sesión; puedes iniciar hablando de algo más cotidiano y observar cómo te sientes en ese espacio, es probable que sientas algo de miedo, esa pudiera ser la mejor señal de que eso que estás haciendo es importante para ti.
“¿Y si me juzgan o piensan que estoy mal?”
Muchos crecimos escuchando frases como “eso es cosa de locos” o “tienes que ser fuerte” “los hombres no lloran”, y viéndolo con esos lentes, es normal que aparezca la idea de que al ir a terapia hay algo “defectuoso” en ti, y si de algo sirve, tienes que saber que el comportamiento no se enferma, al contrario, a veces esas conductas que catalogamos como “desadaptativas” son los intentos que realizamos para seguir adelante, así que no te preocupes tanto, el pensar de esta manera puede ser el resultado del castigo social hacia mostrar vulnerabilidad.
Aquí puedes intentar tomar un poco de distancia con tus pensamientos y reformular la estructura de la idea: Ir a terapia no significa estar “mal”, significa estar dispuesto a mejorar, es como ir al gimnasio, no esperas a tener un infarto para empezar a cuidar tu corazón (aunque a veces hay quienes si llegan hasta ese límite)
“¿Y si no funciona conmigo?”
El miedo al fracaso es poderoso, en muchas ocasiones preferimos no intentarlo para no confirmar lo que tememos: que no hay salida, sin embargo, ese pensamiento pudiera ser, también una estrategia de evitación, y aunque al inicio da alivio, a la larga mantiene el problema.
Intenta cambiar la pregunta de ¿y si no funciona? ¿por qué pasaría si no hago nada? la inacción también tiene un costo (que a veces no consideramos), seguir en el mismo dolor.
“Es que no tengo tiempo/dinero”
Claro, la terapia implica recursos, peeeero también hay que ver lo que cuesta no atenderte: relaciones que se desgastan, decisiones postergadas, salud física afectada por el estrés, desde la perspectiva conductual, todo comportamiento tiene un costo y un beneficio, y en este caso, invertir en ti puede generar cambios que impactan varias áreas de tu vida.
Considera la terapia como una inversión gradual, y puede ser probable que de inicio tal vez no puedas ir todas las semanas, pero sí cada quince días, o bien, también puedes buscar opciones accesibles (como clínicas universitarias o programas de gobierno).
“Tengo miedo a lo que voy a descubrir”
Este es uno de los miedos más profundos , porque sí, en terapia muchas veces tendrás que mirar de frente cosas que evitaste durante años, y claro que incomoda, sin embargo, aquí está la paradoja: lo que evitas, suele crecer, y lo que enfrentas, muchas veces pierde fuerza.
Recuerda que no vas solo/a, tu terapeuta camina contigo, marcando un ritmo que puedas sostener, no se trata de abrir todas las puertas de golpe, sino de aprender a atravesarlas con cuidado.
Entonces nos topamos con la gran pregunta: ¿Cuándo es el momento correcto para empezar terapia?
La verdad es que pocas veces sentirás que es “el momento perfecto”, si esperas a no tener miedo, probablemente nunca lo hagas, ahora, si decides avanzar a pesar de él, estás dando el primer paso hacia una vida con más opciones de respuesta, en lugar de repetir las mismas reacciones automáticas de siempre.
Iniciar terapia no es sencillo (y ya vimos por qué), pero tampoco lo fue aprender a manejar, empezar tu primer trabajo o atreverte a decirle a alguien que te gustaba, y sin embargo, esas experiencias te marcaron (hasta las recordamos con nostalgia), lo mismo puede pasar aquí, quizá no siempre sea agradable, pero sí transformador.
Al final, cada caso es diferente, no existe un manual que diga “si tienes este miedo, haz esto y se resuelve” (incluso te sugiero que dudes si alguien te promete la cura), o que sí sabemos es que con acompañamiento, curiosidad y paciencia, esos miedos pueden dejar de ser cadenas y convertirse en señales, te muestran qué te importa y hacia dónde quieres caminar.
La próxima vez que pienses en ir a terapia y el miedo aparezca, recuerda: sentirlo no significa que no estés listo, significa que estás frente a algo valioso, y ahí, justo ahí, está la oportunidad de cambiar.
Nos leemos la próxima semana y recuerda, puedo estar equivocado.