Nadie me lo contó, yo estaba allí como uno de los 152. En voz de César Astudillo, el de mejores o únicas credenciales en derecho electoral dentro del Comité Técnico, órgano encargado de la evaluación de los aspirantes a consejero electoral del INE, escuchamos que no había un examen de conocimientos previamente diseñado, sino que, entre todos, habían tenido que confeccionarlo en las horas previas a la aplicación. Cual acto fallido, quiero suponer, la intención no era confesar que procederían con un examen improvisado, sino poner el énfasis en que habían estado reunidos a la vista de un Notario Público durante todo el lapso; de tal suerte que no había lugar a las sospechas de sesgos deliberados, manejos indebidos ni mucho menos de filtraciones.

Sin menoscabo de la buena intención mostrada para salir al paso de las sospechas, igualmente cierto resulta que allí obra la confesión de un obrar entre frívolo y soberbio. Técnicamente, el examen es un pequeño compendio de lo que no se debe hacer. Dos ejemplos son más que suficientes: uno, las bases de los reactivos incurren sistemáticamente en el error de ser desproporcionalmente extensos en relación con las opciones de respuesta, con lo cual se erigen en distractores indebidos; y dos, éste de primaria, varios reactivos quedaron impresos parcialmente en dos hojas, lo que añade una dificultad innecesaria para el examinado.

Tan criticable o más que sus deficiencias técnicas, resulta el diseño mismo del examen. No está de más la pregunta de si más allá de plantearse la confección de 80 reactivos para seleccionar 40, el Comité se planteó las preguntas sobre el perfil ideal a buscar en el consejero electoral y, derivado de ello, sobre las preguntas relevantes para establecer las brechas la idealidad y la realidad de los aspirantes. Dentro de las máximas principales en todo buen instrumento resalta la de su potencial predictivo. No se trata de preguntar cualquier cosa al evaluado, sino de enfocarse en obtener información útil para establecer un pronóstico sobre el desempeño futuro del aspirante seleccionado. Y, visto desde esta perspectiva, el examen reboza de ejemplos de lo que no se debe hacer. ¿Qué caso tiene, por ejemplo, preguntar al sustentante sobre las fechas precisas de registro de los candidatos a diputados consignadas en la legislación electoral? Salvo mejor opinión, no veo cómo la memorización de alguna o algunas fechas o de párrafos en la legislación secundaria pueden aportar información relevante al Comité Técnico para discriminar, por ejemplo, entre los perfiles de los aspirantes más proclives a la autonomía y la imparcialidad.

En resumen, y con el debido respeto al Comité Técnico, su proceder en el diseño del examen acredita que jugaron a la escuelita: aplicó el examen de su ocurrencia y asignó las calificaciones correspondientes. En estricto sentido, no hubo dolo: los expertos (?) le fallaron parejo al interés público.

Lo que vino después es un misterio. El Comité Técnico tuvo dos días más para valorar los currículum vitae, los ensayos y, por ahí se dice, las cartas de exposición de motivos. Son un misterio para todos los criterios y los instrumentos de evaluación que pudieron utilizar para tales efectos y otro tanto sucede con las puntuaciones de cada evaluado. La apertura del Comité Técnico y su sensibilidad hacia la transparencia, de acuerdo con los indicios disponibles, se agotó con el examen y la publicación de las respectivas calificaciones.  A menos de que existan peticiones al respecto y alguna fuerte presión, nadie sabe y nadie sabrá cómo y bajo qué condiciones se procedió a seleccionar a los ganadores de la fase previa; y, nada extrañamente, será punto menos que imposible evaluar el proceder de dicho Comité Técnico, entre otras razones, porque la convocatoria dejó a la discreción del propio aspirante la decisión de hacer de accesibilidad pública su ensayo.  ¿Será el caso de que se tenga en el futuro inmediato uno o más consejeros escondidos al amparo de esta sospechosa decisión? Pronto se sabrá.

La conclusión de todo esto es punto menos que obvia: entre elegir un método anclado en procedimientos e instrumentos rigurosos, al costo de la contingencia en sus resultados; o un método ad hoc a los resultados de su preferencia, al costo de vulnerar la legitimidad y la confianza en el INE, las fracciones del PAN, el PRI y el PRD optaron por lo segundo. Lo que viene en adelante es fácil de pronosticar. A menos que algo extraordinario suceda, por ejemplo, que el Comité Técnico de a conocer ex ante los criterios y procedimientos que usará para la conformación de las tres quintetas, lo más probables es que éstas se enderecen a la facilitación de opciones de negociación favorables a un reparto por cuotas.

Lo menos que cabría esperar y exigir de la participación del INAI y la CNDH en el ejercicio de sus facultades para proponer cuatro de los siete integrantes del órgano evaluador, por los altos valores de la transparencia y los derechos humanos que supuestamente tutelan, es que el concurso mostrará mínimos de congruencia. Hasta hoy, lo que ha privado en el concurso es la negativa a la rendición de cuentas y el respeto a la dignidad de los participantes, pero también la recusación de las prácticas elementales en materia de selección y reclutamiento con arreglo a méritos profesionales.

Ciertamente, no toda la responsabilidad corresponde al Comité, puesto que las bases de la convocatoria en cierto modo prefiguran el curso ulterior de los acontecimientos. Igualmente cierto resulta que existen márgenes de actuación que no han sido aprovechados por éste.  De ahí que no esté de más que exista una auditoría independiente al diseño y operación del concurso, que dé cuenta de su viabilidad para seleccionar al mejor talento disponible e incluso que eche luz sobre las políticas de remuneración de los integrantes del Comité Técnico.

El balance de las experiencias de selección y designación de los consejeros electorales del INE, antes IFE, resulta punto menos que catastrófico, sobre todo porque su asociación directa con la debacle de la confianza institucional. A propósito de esta fascinación flotan en el aire las frases célebres de Einstein y Marx. “Locura, decía el primero, es hacer lo mismo una vez tras otra y esperar resultados diferentes”. Marx, por su parte, llamo la atención sobre la obsesión a repetir malas historias, primero como tragedias y luego como farsas.

 

*Analista político

@franbedolla