El caso de Eva Cadena, dolosamente etiquetada por diversos medios como “la recaudadora de Morena”, probablemente significa que uno de los polos contendientes decidió dar un paso más más allá del umbral de no-retorno en la lucha por el relevo presidencial de 2018. De aquí en adelante, lo que vendrá es una lucha cruenta en la que los adversarios de AMLO apostarán el todo por el todo para convencer a un electorado sumido en el hartazgo por la corrupción desenfrenada de que en la política no existe espacio para la honestidad.
Por desgracia, si bien se mira, lo menos que puede decirse es que resulta acertado el cálculo del polo adversario de AMLO, la clase política tradicional, de que la estrategia de desacreditación del líder de izquierda es condición sine qua non para impedir una derrota, que hoy se estima altamente probable. En tal contexto, si la estrategia en curso apuntará a sustentar frente al público electoral la tesis cínica de que, al menos en lo que concierne al gusto por lo indebido, “todos los políticos somos iguales”, las preguntas relevantes apuntan hacia la probabilidad de los costos democráticos y la derrota anticipada en el combate contra la corrupción.
Un detalle sintomático que abona a favor de que el paso en comento ya se dio, es el menosprecio burdo por la lógica y el sentido común. Evoco en todo esto al líder del PRI, Ochoa Reza, un docto funcionario formado en universidades prestigiadas de México y el extranjero, que echó de golpe y porrazo las bases elementales de la lógica y el debate científico, al trasformar las imágenes de un vídeo de dudosa factura en prueba contundente e irrefutable de que AMLO es un corrupto, en razón de lo cual le exige renunciar a la presidencia de Morena, para enfrentar el proceso. Y evoco también a Margarita Zavala pidiéndole a AMLO que se solidarice con Eva Cadena y, tácitamente, acepte que es su recaudadora.
Cierto. La apuesta implicada de los adversarios en el salto mortal de la declaratoria de que “la corrupción somos todos”, desafía la sabiduría popular, que hace un llamado a la autocrítica, sobre todo cuando la mirada es capaz de ver la aguja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio. La sorna popular destilada a través de las redes sociales da en el blanco, al caricaturizar los 500 mil pesos frente al desfalco escandaloso de cientos e incluso miles de millones de pesos, provocado por la pandilla de los gobernadores.
Frente a un manejo tan burdo, incluso insultante de la inteligencia, la pregunta que queda en el aire es si sus promotores hicieron bien las cuentas. Múltiples indicios hasta ahora vistos en las redes sociales señalan que el éxito de la estrategia de aniquilamiento de la imagen de honestidad de AMLO dista mucho de ser fácil o de mero trámite. Y así como existe un clima de opinión preexistente con alta proclividad a dar por buenas las señales de la corrupción del líder morenista, existe también un clima de opinión ya formado con alta proclividad a desacreditar en automático las críticas que se le enderecen. A este respecto, sin importar hacia dónde se incline la balanza, el resultado es previsible, incluso inexorable: polarización social.
En la parte que los adversarios de AMLO tienen razón, aunque dudo que sepan que la tienen, es que en el plano ético-moral, a diferencia del derecho, no hace mayor diferencia si el acto de corrupción implica miles de millones o unos cuantos pesos. Esto significa, sin más, que basta con una pequeña pillería o con una serie de éstas, para colocar a AMLO en el lugar que desean: el de la corrupción somos todos.
No me imagino una base razonamiento distinta en Ochoa Reza, Margarita Zavala o Ricardo Anaya, cuando vociferan a cuello abierto, sin el menor asomo de vergüenza por los gobernadores que han solapado y lo siguen haciendo. Si un poco de sentido común le asistiera, por ejemplo a Ochoa Reza, no me lo imagino en sus alegres y temerarias acusaciones, respondiendo a la pregunta ¿por qué no le aplica la misma receta a EPN o a Lozoya?
De cualquiera manera, sin meter las manos al fuego por nadie, el punto es simple: pese a que le han buscado por todos los medios habidos y por haber, todavía los enemigos de AMLO no le han podido cuadrar un señalamiento de corrupción digno siquiera de ser discutido. Imagino la desesperación que enfrentan, sobre todo si ya optaron por el camino fácil de los montajes. Si con ese nivel de impunidad se van a manejar para demostrar que AMLO es corrupto, el material les va a sobrar. Hay miles de Evitas Cadena que caerían redonditas con un señuelo de 500 mil pesos o que gustosas se prestarían a una actuación de esas. Hoy mismo, en torno a AMLO se han alineado una serie de personajes que sin mucho esfuerzo son blancos muy fáciles de desacreditación. De ahí que cabe la pregunta ¿bajo qué condiciones y criterios puede imputarse responsabilidad o corrupción a una persona por lo que circunstancialmente sucede a su alrededor? ¿Le sería admitida a AMLO la argucia de los vecinos de enfrente de practicar la cura por la vía de las expulsiones? La historia apenas empieza
*Analísta político