El servicio público se ha convertido en un negocio muy lucrativo para gobernadores; secretarios y subsecretarios de Estado; senadores y diputados; ministros de la Corte; directores generales de paraestatales, dependencias descentralizadas y órganos autónomos y presidentes municipales. Todos, sin excepción, perciben elevados salarios, pero ese no es el abuso mayor, sino los negocios ilícitos que hacen con el presupuesto cuando otorgan obras y servicios a empresas privadas. Una vil corrupción.

Ante esa vil corrupción, cuando una persona ingrese al servicio público debería recibir una guía que especifique sus derechos pero, sobre todo, que contemple sus obligaciones y responsabilidades; algo así como un manual de los 10 mandamientos del servidor público para que, por fin, entienda qué no puede ni debe hacer una vez que sea aceptado en la administración pública federal.

  1. No robarás.
  2. No desviarás dinero público.
  3. No sobornarás.
  4. No defraudarás.
  5. No abusarás del poder ni traficarás con influencias.
  6. No abusarás de subalternos ni acosarás sexualmente a tus compañeras de trabajo.
  7. No contratarás ni beneficiarás con dinero del pueblo a tus familiares y amigos.
  8. No promoverás tu imagen en medios de comunicación ni pagarás anuncios por obras públicas que es tu obligación hacer con dinero público (pues para eso fuiste contratado).
  9. No darás falsos testimonios ni mentirás (con este enunciado la prensa ahorraría mucho espacio en sus páginas y los locutores ahorrarían saliva).
  10. Aceptarás, calladito y de buen modo, la crítica y la denuncia social, pues al final de cuentas eres un empleado del pueblo.

Al final de ese manual, se incluiría una hoja adicional con una pequeña explicación de qué es el periodismo y para qué sirve éste en una sociedad que aspira a ser democrática; cuál es el trabajo del reportero y, en letras negritas por si al servidor público le da flojera leer todo el manual, la obligación de ser tolerante ante la crítica, pues cuando un reportero hace bien su trabajo e informa de algo que esté mal en la estructura de poder (porque para eso es el periodismo y no para dar buenas noticias, como creen en Los Pinos y en las oficinas de los dueños de medios de comunicación), lo que hace es ayudarle al funcionario a gobernar, porque los resultados de una investigación periodística permite identificar a los malos y mañosos burócratas (que son muchos) que sólo ingresan al servicio público para abusar del encargo y robar el dinero del pueblo.

En el último párrafo de dicho manual, se incluirían las sanciones, que como la sociedad lo exige, deberían ser la cárcel y la inhabilitación de por vida en el servicio público para que no vuelva a robarle a la nación ni a los 120 millones de mexicanos. Pero también, que ese hecho de corrupción sea publicitado, y ahora si con dinero público, para anunciarlo en periódicos, radio, televisión e internet, y que la sociedad con todo derecho lo señalé y que el juicio público sea tan duro que sirva de ejemplo para que dejen de robar éstos que a sí mismos se llaman “servidores públicos” y que en realidad son una mafia del poder.

Y todo esto viene a cuento por la petición o propuesta que hace unos días hizo a la prensa el presidente de este país (tan golpeado por huracanes, temblores y corruptos), Enrique Peña Nieto, a quien le urge leer un manual de este tipo y, si no le entiende, que uno de sus miles de asesores pagados con dinero del erario le explique qué es y para qué sirve el periodismo.

Con motivo de los terremotos y huracanes que han azotado a México y han causado cientos de víctimas, hace unos días el presidente Peña Nieto pidió a los medios que dejen de hacer periodismo y que los reporteros cuelguen sus plumas y libretas. En pocas palabras, que dejen de hacer su trabajo, que es señalar y criticar lo que hace mal el gobierno.

Así lo dijo: “Yo les quiero pedir, de forma respetuosa a los medios de comunicación, se incorporen a esta labor de solidaridad, de sembrar mayor solidaridad, mayor conciencia de los daños y las afectaciones que hay en estas dos entidades, y más que volvernos señaladores o críticos de lo que falta, seamos todos parte de la solución”.

Veamos qué dijo el jefe de la nación. Primero, con sus palabras revela desesperación, angustia y enojo por las constantes críticas de la prensa –incluida la que recibe miles de millones en publicidad oficial– hacia su administración y su forma de gobernar. Segundo, Peña Nieto se aprovecha de estos terribles desastres naturales, que han cobrado la vida de cientos de personas y han dejado miles de heridos, con las consecuentes pérdidas del patrimonio de muchas familias en varios estados del país, para pedir a los medios de comunicación que dejen de hacer periodismo y se dediquen a difundir lo que a él le gusta llamar “las buenas noticias” de su gobierno.

Aunque lo pregona una y otra vez, el presidente no entiende qué es la libertad de prensa y cuál es su obligación con ella, por eso cree que “las buenas noticias” son la publicación de boletines que las distintas dependencias federales emiten todos los días para difundir las obras que realizan y por cuyo trabajo los funcionarios responsables reciben un salario con dinero público. Para eso fueron contratados, de tal manera que no deben promover su imagen con gasto del erario.

El presidente aprovecha la enorme solidaridad de los mexicanos, quienes se han volcado a las calles en todos los estados donde hubo tragedias por sismos y huracanes, para pedir a los periodistas que en estos momentos de crisis simplemente no hagan su trabajo y sólo se dediquen a difundir lo que conviene a su gobierno.

Se han cumplido casi 5 años de gobierno y el primer mandatario jamás pudo entender a la prensa y en consecuencia nunca aceptó su trabajo y mucho menos hizo algo para defenderla de los ataques, muchos de ellos mortales, en su contra.