Mariana Sepúlveda fue perseguida por la policía varias veces, apuñalada en la calle y expulsada de la escuela secundaria. Su pecado: vestirse de mujer habiendo nacido varón en Paraguay, uno de los países más conservadores de América Latina.

La de Sepúlveda, de 32 años, es una de las tantas historias de los integrantes de las minorías sexuales que reclaman desde hace años que el Congreso apruebe una ley contra la discriminación. Algo que por ahora se ve muy lejano en una nación cuyas autoridades se declaran muy religiosas.

La intolerancia hacia los homosexuales ha sido una constante en Paraguay. En 2013, durante la campaña presidencial, el actual mandatario Horacio Cartes sostuvo que se pegaría un tiro en los testículos si su hijo se casara con otro hombre. Aunque poco después pidió disculpas, el exabrupto no tuvo un impacto negativo en su carrera a la presidencia.

Pero en los últimos meses cobró fuerza luego de que el ministro de Educación y Ciencia Enrique Riera, del gubernamental Partido Colorado, prohibió la enseñanza de contenidos sobre la diversidad sexual y amenazó con “quemar los libros” que los incluyeran en rechazo a una guía para docentes de UNICEF sobre cómo trabajar la equidad de género en las escuelas.

“Ahora UNICEF impone qué género es una construcción social de identidad independiente de la biología. Esta definición la rechazamos porque hombre es hombre y mujer es mujer”, dijo a The Associated Press el profesor de Ética Martín Núñez, vicepresidente de la Asociación de Colegios Privados del Alto Paraná.

En ese contexto, la alcaldesa del pueblo Mariano Roque Alonso, en la periferia norte de Asunción, declaró que en su comunidad “no apoyamos el matrimonio igualitario porque no es natural y nos oponemos a que se le enseñe en las escuelas a nuestros niños y niñas que, supuestamente, ser gay, trans o lesbi es una opción sexual”. Por las dudas Carolina Aranda, del opositor Partido Liberal Radical Auténtico, aclaró a AP que “no soy homofóbica, tengo varios amigos gays, pero no deseo que a los niños se les enseñen cosas que no son normales” tras declarar a la ciudad pro-vida y pro- familia por decreto y celebrarlo con una fiesta para 1.000 personas en su plaza central.

El analista político Ignacio Martínez opinó que “talvez los organismos internacionales como la ONU y sus agencias estén preocupados por este asunto del rechazo a los no heterosexuales, pero en Paraguay no es un tema central”.

Mientras sus vecinos han avanzado en el respeto a la diversidad -Argentina aprobó el matrimonio igualitario en 2010 y Chile, también considerado un país conservador, promulgó la unión civil de personas del mismo sexo en 2015 – Paraguay sepultó en 2014 un proyecto de ley contra toda forma de discriminación.

Y en 2010 el Parlamento archivó una iniciativa sobre la identidad de género porque “el artículo 49 de la constitución establece que el matrimonio es entre un hombre y una mujer. Entonces, mientras no se reforme la carta magna, toda discusión es estéril”, explicó a AP el senador oficialista Arnoldo Wiens, un ex pastor menonita.

Paraguay también ha hecho caso omiso al Examen Periódico Universal que realiza el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y en el que el año pasado 16 países -entre ellos sus vecinos latinoamericanos Argentina, Brasil, Chile, Colombia y México, entre otros- se refirieron a la necesidad de que el Congreso debata y apruebe un proyecto de ley contra toda forma de discriminación.

El antropólogo Ramón Corvalán explicó a AP que “la homofobia en Paraguay tiene un origen cultural basado en el machismo” que se remonta a la militarización del país durante la Guerra de la Triple Alianza -Brasil, Argentina y Uruguay- contra Paraguay de 1865 a 1870 y la Guerra del Chaco contra Bolivia de 1932 a 1935. Cerca de dos de cada tres hombres paraguayos murieron en ambos conflictos, lo que dio paso a una hegemonía patriarcal con “disponibilidad de muchas mujeres para los hombres sobrevivientes (de las guerras) para repoblar el país y un catolicismo cerrado”.

Agregó que a ello se suma “el desinterés del Estado hacia los colectivos minoritarios no heterosexuales para no confrontar al catolicismo. El Estado laico es solamente una declaración de la constitución, en la práctica hay una vigencia fuerte de la religión”.

Desde 1989, tras el regreso de la democracia, “hubo 59 asesinatos de miembros de nuestra comunidad, todos impunes”, dijo a AP Yren Rotela, activista por los derechos de la comunidad LGBT.

Sergio López, uno de los líderes de Somosgay, expresó que “por toda esta impunidad se necesita una ley antidiscriminación, porque ni siquiera sabemos cuántos gays, probablemente, son expulsados de sus empleos por no ser heterosexuales”.

Sepúlveda recordó que tener una orientación no heterosexual fue muy duro en su juventud. “Me miraban mal, me gritaban groserías… A los 13 años me expulsaron del colegio secundario y a los 30 años pude terminar el ciclo secundario en clases nocturnas”.

Todos los contenidos referidos a la sexualidad están ausentes en el ámbito escolar. “En las escuelas públicas no existe educación sexual”, dijo Margarita Aquino, directora de una secundaria pública en un barrio de Caacupé, 54 kilómetros al este de Asunción y centro de la adoración mariana en el país.

Mauricio Kiese, uno de los líderes de la federación de estudiantes secundarios, aseguró a AP que esta falta de contenidos “permite el prejuicio de niños y adolescentes acerca de los que no son heterosexuales”.

La única voz que intentó conciliar posturas fue la del sacerdote jesuita José Luis Caravias, quien recientemente propuso en una reunión con periodistas que “podemos ahorrarnos discusiones largas si se legalizara la unión de personas del mismo sexo bajo el título de ‘pareja’ y no de ‘matrimonio’“. Pero oficialmente la Iglesia católica fue menos conciliadora. “No promovemos la discriminación ni pretendemos privar de derechos legítimos a nadie pero volvemos a anunciar que no es correcto privar a los padres de su responsabilidad de educar a los niños e imponer una concepción contraria a la verdad biológica”, dijo en un comunicado la Conferencia Episcopal.

En el barrio San Antonio de Asunción, Sepúlveda se retoca el maquillaje antes de montarse en su motocicleta para concurrir a su trabajo en la organización no gubernamental Panambí (mariposa en idioma guaraní), que promueve los derechos de las personas transgénero en Paraguay.

“Nunca le reproché su forma de ser… Con mi esposa Isabel le damos cariño y aliento para luchar contra el odio y la discriminación”, dijo a AP su padre, Gaspar Sepúlveda.