Imaginado hace 35 años, en un momento en que no se conocía ningún planeta fuera del Sistema Solar, Kepler tenía como cometido descubrir planetas similares a la Tierra, es decir, de tamaño comparable, rocosos y no gaseosos, y a una distancia ni demasiado cerca ni demasiado lejos de su estrella. Es la distancia a la que el agua líquida podría, como en la Tierra, estar presente en la superficie, y por lo tanto susceptible de albergar vida.
Lanzado en 2009, el telescopio fue bautizado en honor del astrónomo alemán Johannes Kepler. El telescopio apuntaba a dos constelaciones de la Vía Láctea, la Cygnus y la Lyre, con millones de estrellas en su objetivo y en una resolución extraordinaria para el momento de su concepción.
Su lente era tan sensible que podía detectar la más leve caída en la intensidad de la luz causada por el paso de un planeta frente a su estrella. En enero de 2010 descubrió los primeros cinco planetas, llamados Kepler-4b, 5b, etc. Pero resultaron ser gaseosos. El primer planeta rocoso se anunció en enero de 2011, el Kepler-10b. Este está tan cerca de su estrella que una de sus caras probablemente se está derritiendo, convertido en un mundo de lava.
El primer planeta habitable es el número 22b, que podría contener agua líquida. Y en 2014, finalmente, el primer primo real de la Tierra, número 186f, a 580 años luz.
Cientos de descubrimientos siguieron revolucionando nuestro conocimiento de la galaxia, confirmando que la Tierra no es, en última instancia, una excepción galáctica. Gracias a Kepler, también sabemos que hay más planetas que estrellas en la Vía Láctea. La mayoría tiene un tamaño entre el de la Tierra y Neptuno.
De acuerdo con las observaciones del telescopio, los astrónomos ahora estiman que entre 20% y 50% de las estrellas visibles desde la Tierra en la noche probablemente tengan pequeñas Tierras en sus órbitas a una distancia donde los lagos y los océanos pueden en teoría formarse.
El telescopio también ha hecho extraños descubrimientos, como los sistemas en los que hasta ocho planetas se agolpan en una órbita compacta alrededor de su estrella. O el planeta Kepler-16b, que gira alrededor de dos estrellas y donde, como en Tatooine, un planeta ficticio de Star Wars, los habitantes podrían asistir a una doble puesta de sol… si no fuera gaseoso.
Final anunciado
Como ocurre cuando fallece un importante científico, surgieron de inmediato tributos a Kepler. «No solo nos mostró cuántos planetas podrían existir en el espacio, sino que también abrió un campo de investigación completamente nuevo y serio que tomó por asalto a la comunidad científica», dijo Thomas Zurbuchen, director de la división de Investigación Científica de la NASA.
Y como sucede con algunas muertes, la de Kepler no fue realmente una sorpresa. En 2013, los problemas mecánicos precipitaron el final de la misión original del telescopio, que inicialmente solo debía durar tres años y medio. Pero los ingenieros de la NASA encontraron un sistema para continuar estabilizándolo con el fin de que siguiera funcionando.
Hace unas semanas, el combustible cayó a un nivel muy bajo. Kepler tiene paneles solares, pero estos solo alimentan sus dispositivos electrónicos a bordo. El telescopio llevó 12 kg de combustible en 2009 para su motor, que se usaba para corregir las derivas y controlar la órbita, y los ingenieros sabían que la misión no podría durar eternamente.
El telescopio, ahora apagado, permanecerá en su órbita, dijo la NASA. En unos cuarenta años, su órbita lo acercará más a la Tierra, pero sin correr el riesgo de estrellarse contra ella.
En cuanto a la búsqueda de exoplanetas, la antorcha será tomada por el satélite TESS de la NASA, lanzado en abril pasado. Pero los astrónomos probablemente pasarán años analizando las imágenes tomadas por Kepler hasta el final.
«Kepler nos transportó a una nueva aventura», dijo William Borucki, quien fue el primer jefe de la misión.