No sólo es época para el turrón, el ponche, los intercambios de regalos y los múltiples convivios entre copas, algunos políticos aprovechan los estertores del año para hacerse la foto con sus respectivas tropas militares desplazadas en distintas partes del mundo.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas (ONU) este año más de 97 mil efectivos militares procedentes de más de 110 países contribuyeron con/como cascos azules al mantenimiento de la paz mundial.
Punto discutible sobre todo porque este año cerrará con 46 conflictos activos en la aldea global, de acuerdo con Olivier Longué, director general de Acción contra el Hambre.
La paz es frágil, a veces jadea como si perdiese el aliento y no le quedase ninguna fuerza para continuar, inválida y hasta mutilada cada vez que las treguas de entendimiento son violentadas.
Los historiadores piden que nos conformemos, para como están las cosas, sobre todo si comparamos el momento actual de “larga paz” tras el fin de la Segunda Guerra Mundial con otras etapas anteriores; ya es, según dicen los anales, el período más “fructífero” para la paz en el mundo.
Hay desde luego sus agujeros negros: aquellos episodios que estuvieron a punto de propiciar una confrontación entre las dos potencias geopolíticas y militares más importantes de nuestra era contemporánea como son Estados Unidos y Rusia.
Uno inolvidable con la crisis de los misiles con Cuba y Fidel Castro como protagonistas de un rifirrafe que tensionó los nervios del presidente John F. Kennedy y Nikita Kruschev, en octubre de 1962, en el plenilunio de la Guerra Fría cuando la URSS aullaba como el lobo.
Y hubieron otros encontronazos por Vietnam, Angola, Pakistán, Afganistán, más recientemente por Siria que nos mantiene en vilo tras casi ocho años que se cumplirán en 2019 de guerra intestina… hay tantos intereses externos entremezclados que hasta el Papa Francisco en más de una ocasión este año pidió serenidad a todas las partes involucradas temeroso de que una bala contra el otro, desencadenase una conflagración bélica mundial.
Está más consciente de ello el presidente ruso Vladimir Putin que su homólogo estadounidense Donald Trump que lleva casi dos años jugando irresponsablemente con el botón nuclear.
Todas las bravuconadas de Trump en la arena internacional han sido tomadas como rabietas de un ignorante prepotente con el poder en sus manos, esa temeridad provoca precaución en la contraparte.
El mandatario ruso este año ha tragado saliva -en más de una ocasión-, tras saber de varias muertes de los suyos en suelo sirio provocadas por bombas estadounidenses. Él ha sido el prudente frente a la rabieta pueril del inquilino de la Casa Blanca.
Llegados a este momento, a punto de concluir el año, no hay ningún analista nacional o internacional que niegue la existencia per se de una nueva Guerra Fría 2.0 y de un peligroso rearme que incluye la dominación por el espacio.
A COLACIÓN
Para no olvidarse de las tropas en navidades, Trump se desplazó hasta Irak para visitar a sus comandos norteamericanos que debieron conformarse con su errático speech: “Estados Unidos no puede seguir siendo el policía del mundo”; ya dijo que regresara a sus militares a casa.
También el presidente galo Emmanuel Macron se dio tiempo para ir a Chad a comer con militares franceses desplegados en la zona de conflicto; mientras su contraparte español, Pedro Sánchez, viajó de improviso a Mali para hacer lo mismo con sus militares.
Mucho menos inquieta la canciller germana Angela Merkel, ya preparando su retiro, decidió quedarse en su país quizá atemperando que en la próxima reunión a propósito del setenta aniversario de la OTAN, Trump volverá a escupirles en la cara a sus homólogos europeos, que más que visitas a sus tropas deberían aportar más dinero en su propia defensa. La misma cantaleta.
Directora de Conexión Hispanoamérica, economista experta en periodismo económico y escritora de temas internacionales