Con la Semana Santa a la vuelta de la esquina, los epidemiólogos buscan evitar que acontezca otro pico de contagio en la pandemia en momentos en que las inmunizaciones avanzan en un puñado de países pero no en la mayoría.
A mediados de marzo, las personas vacunadas (sin distinguir si han recibido una o dos dosis correspondientes) superan los 231 millones afortunadamente son menos los casos de contagio con 121 millones de seres humanos; ambos datos se actualizan día tras día.
El problema con las vacunas, denuncia tanto la Organización Mundial de la Salud (OMS) como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), es que diez países han acaparado el 75% de las vacunas anticovid.
António Guterres, responsable de la ONU, advierte que la distribución equitativa de las vacunas es “la mayor prueba moral” que enfrenta la humanidad; pero está siendo tremendamente “injusta” y “desigual”.
“Si se permite que el virus se propague como la pólvora en el Sur global mutará una y otra vez. El G20 debería formar un grupo de trabajo para elaborar un plan mundial de inmunización y poner además el financiamiento necesario para lograr los objetivos”, sugirió Guterres.
Hasta el momento, un total de 130 países no han recibido ninguna de las vacunas, mientras Israel, Reino Unido, Emiratos Árabes Unidos, Estados Unidos, Chile, Bahréin, Turquía, Marruecos, Polonia y España son privilegiados con el mayor número de dosis por cada 100 habitantes.
Por supuesto que la desigualdad en la distribución de las vacunas es un problema para derrotar a la pandemia, en un momento en que si ya se salvó la vida lo que intentan los primeros países en ser inmunizados es salvar su bolsillo.
La meta está puesta en la ansiada recuperación económica, ¿puede ser menos optimista de lo que los organismos internacionales avizoran para este año? Puede, claro, en la medida que hay variables incontrolables con eventos externos espontáneos.
La única certeza es que, si las inmunizaciones continúan avanzando con estos niveles de inequidad, el SARS-CoV-2 podría terminar siendo multitud de virus con multitud de cepas y variantes unas versiones mejores que otras lo que implica no solo ser más infeccioso sino más mortal.
A colación
Ha metido inquietud la reunión de madrugada que la canciller germana Angela Merkel sostuvo con su equipo para anunciar que Alemania no solo frena la desescalada sino que tendrá un confinamiento en Semana Santa.
Merkel ha sido de las pocas políticas claras desde el principio de la pandemia: hace un año sus epidemiólogos le explicaron la virulencia del nuevo patógeno; ella decidió informar a la gente de su país que según los cálculos que le habían proporcionado entre el 60% y el 70% de la población terminaría infectada.
Desde el día en que la epidemia saltó a pandemia, la carrera contra el reloj de la infección ha sido la de frenar, a veces contener, la expansión del virus hasta que se tuviese la capacidad de lograr la inmunización.
Muy bien en eso estamos pero, nuevamente el egoísmo del “yo primero” se impone frente a la mayoría de países impávidos esperando que, algún día, les toque su turno.
Y mientras tanto, Merkel convoca un gabinete de crisis -al filo del amanecer- para compartir los nuevos datos epidemiológicos que indican razones preocupantes; la lideresa, ha señalado que Alemania ya entró a otra pandemia, con otro virus (la cepa británica) que es más mortal, más contagioso, más infeccioso y con una mayor convalecencia.
Esta cuarta ola en Europa se atisba a días de entrar en Semana Santa. La OMS y la OPS piden que la gente no viaje, no se mueva, no se mezcle entre sí, temiendo que el acelerador sea ya imparable y que en unos meses haya más gente infectada que vacunada; porque eso implica que unos se salvarán pero otros morirán. Brasil, ha dicho la OPS, es ahora mismo el mayor riesgo regional y mundial por el descontrol que tienen del virus.