Las tradicionales procesiones de penitentes y las recreaciones de la crucifixión de Cristo que se suelen celebrar con fervor el Viernes Santo en Filipinas han sido canceladas por segundo año consecutivo por la pandemia, que se encuentra en su punto más grave con el récord de casi 139 mil casos activos en todo el país.
Manila y las cuatro provincias colindantes (Bulacan, Rizal, Laguna y Cavite) retornaron el lunes a un estricto confinamiento al ser los principales focos del repunte en los casos de covid-19, que suma 756 mil 200 contagios y 13 mil 303 muertes desde el inicio de la pandemia.
El confinamiento -que en otros puntos de Filipinas también está vigente aunque menos estricto- implica que las iglesias están cerradas para evitar aglomeraciones, aunque eso no ha impedido que algunos fieles se acerquen a los recintos para rezar desde el exterior, con mascarilla y protector facial como obligan las normas en el país.
En algunos barrios de Manila, los párrocos han sacado sus Cristos y vírgenes para pasearlos en furgonetas por las calles cercanas para que los filipinos recibieran sus bendiciones desde la puerta de casa, sin necesidad de incumplir el confinamiento, ya que solo se permite salir por razones laborales o para adquirir productos de primera necesidad.
Con más de 90 millones de fieles, Filipinas es el país con más católicos de Asia -más del 80 % de su población- y el tercero del mundo, solo detrás de Brasil y México.
La Semana Santa es la fiesta más célebre del calendario litúrgico filipino, cuando millones de personas se desplazan por el país para cumplir con la tradición centenaria de visitar iglesias, un periplo por al menos siete de ellas que este año no podrá llevarse a cabo con todas los templos del país cerrados a cal y canto.
La mayoría elige pasar por San Fernando de Pampanga, ciudad a unos 80 kilómetros al norte de Manila conocida por sus sangrientos ritos de Semana Santa: en Jueves Santo cientos de devotos se flagelan y caminan descalzos durante horas, y en Viernes Santo una decena de fieles emula la pasión de Cristo cargando la cruz en la que luego son crucificados.
Esos rituales -cancelados en 2020 y 2021 por culpa del covid-19- surgieron en los años cincuenta del siglo pasado en la provincia de Pampanga y, aunque no cuentan con el visto bueno de la jerarquía católica, se han convertido en la cara más conocida de la Semana Santa filipina y atraen cada año miles de turistas.
La suspensión de los ritos y procesiones es algo insólito en Filipinas desde la II Guerra Mundial, algo que ni siquiera sucedió durante los años que el dictador Ferdinand Marcos gobernó bajo la ley marcial (1972-81), pero que el covid-19 ha obligado a hacer por segundo año consecutivo.