El apéndice es uno de los órganos más curiosos del ser humano. Desde mucho tiempo atrás se ha considerado vestigial, pues no parecía tener ninguna función y si se extirpaba no se producía ningún tipo de síntoma. De hecho, su inflamación, conocida como apendicitis, es la causa más común de cirugía abdominal y los pacientes que se someten a ella no suelen tener secuelas después.

Sin embargo, en los últimos años se han descubierto algunas funciones desconocidas que la colocan como algo más que un órgano vestigial e inútil. Por ejemplo, en 2007 un equipo de científicos de la Universidad de Duke la describió como una reserva de bacterias beneficiosas, destinadas a sustituir a la flora intestinal en caso de que desaparezca a causa de enfermedades digestivas graves, como el cólera.

Por otro lado, también se le atribuye una función inmunológica, ya que durante los primeros años de vida de una persona actúa como órgano linfoide, ayudando a la maduración de los linfocitos B y a la producción de un tipo concreto de anticuerpos, conocidos como Inmunoglobulina A. Además, se ha demostrado que interviene en la producción de unas moléculas relacionadas con el movimiento de los linfocitos.
Ahora, un equipo de científicos suecos ha publicado en Science Translational Medicine un estudio en el que describe una nueva función del apéndice, aunque en este caso no se considera positiva, ya que sus neuronas actúan como reservorio de ciertas proteínas vinculadas a la aparición de párkinson.

Este estudio, llevado a cabo por científicos del Instituto de Investigación Van Andel (VARI por sus siglas en inglés), en colaboración con la Universidad de Lund, surgió después de que estos investigadores comprobaran que en el apéndice existía un reservorio de alfa-sinucleínas anormalmente plegadas, unas proteínas cuya acumulación en el cerebro se vincula con el párkinson.

Esto les llevó a pensar que podría existir alguna relación entre ambos fenómenos, por lo que procedieron al análisis de información de pacientes extraída de dos bases de datos. La primera contaba con datos de Statistic Sweden y el Registro Nacional de Pacientes de Suecia, en el que aparecen diagnósticos médicos e historiales quirúrgicos registrados desde 1964. La segunda procede de la Parkinson Progression Marker Initiative (PPMI), un estudio clínico observacional histórico, diseñado para identificar biomarcadores de la progresión de la enfermedad de Parkinson. En total, se realizó el seguimiento de 1.698.000 personas, durante 52 años.

De este modo, comprobaron que para las personas a las que se les extrajo el apéndice durante una etapa temprana de su vida, el riesgo de padecer párkinson con el paso del tiempo se reducía entre un 19% y un 25%. Este último porcentaje correspondía a los habitantes de zonas rurales. Esta es una condición que normalmente se relaciona con una mayor probabilidad de padecer la enfermedad, posiblemente por la exposición frecuente a pesticidas, pero en el caso de la apendicectomía la disminución del riesgo era aún más visible. Además, también se retrasaba la progresión del párkinson, en una media de 3’5 años. Sin embargo, si la retirada del apéndice se había llevado a cabo después del diagnóstico de la enfermedad, ya no servía de nada.

Curiosamente, el equipo también encontró reservas de estas alfa-sinucleínas en el apéndice de personas sanas de todas las edades, por lo que se plantean nuevas preguntas sobre los mecanismos implicados en el desarrollo de este trastorno neurodegenerativo.

Este hallazgo no significa ni mucho menos que la sola presencia del apéndice y el reservorio proteico que contiene sea la causa de la enfermedad. Ni siquiera indica que se deba extraer el apéndice por precaución; pues, si bien se puede vivir sin él, se le atribuyen funciones que pueden ser necesarias, especialmente en personas muy jóvenes. Pero sí sirve para aportar datos muy interesantes sobre la intervención del sistema digestivo en la aparición de esta enfermedad, cuyos mecanismos son aún en parte un misterio para los investigadores.