Una retrospectiva del cineasta brasileño Glauber Rocha, la voz inconforme e irrepetible del Cinema Novo, será presentada en el Festival Internacional de Cine de Cartagena (FICCI), que inicia el 28 de febrero y concluye el 5 de marzo próximo.

Hay muchos negros sufriendo, oprimidos en el mundo, cada uno que se libere puede liberar a otros mil”, dice el antagonista de la primera película de Glauber Rocha, una máxima que podría resumir las bases de su cine: profundamente político, arriesgado y vanguardista.

El FICCI rinde homenaje al líder del Cinema Novo, movimiento que desde la década de 1960 reunió a una generación de intelectuales y artistas brasileños que utilizaron el arte como una forma de pensamiento y una práctica política, y cuyo legado tiene una plena vigencia hoy, destacaron los organizadores del festival.

Rocha nació en 1939 en Vitória da Conquista, en el estado de Bahía, y murió en Río de Janeiro en 1981.

Tras estudiar leyes, ejercer el periodismo y la crítica cinematográfica, encontró en el cine la manera de hablar de la singularidad y la fuerza de un Brasil que, como el resto de Iberoamérica, estaba plagado de profundas inequidades sociales y gobernado de manera catastrófica por viejas élites y diversos autoritarismos.

Durante la dictadura militar que se impuso en Brasil desde mediados de la década de 1960, Rocha se autoexilió en varios países de Europa y América Latina durante diez años –desde 1971– y sólo regresó a su tierra natal para morir prematuramente a los 42 años.

Su cine, marcado por las urgencias políticas y a la vez determinadamente arriesgado y vanguardista, logró consolidar su propia estética, caracterizada por lo que él mismo desarrolló en sus manifiestos teóricos: la violencia, el sueño, el hambre y el delirio.

Construyó la idea de una utopía propia, en diálogo con el mundo y en permanente tránsito: “El Cinema Novo apoyó la utopía brasileña. Si es feo, irregular, sucio, confuso y caótico, es, al mismo tiempo, bello, brillante y revolucionario”, según críticos de cine.

Rocha reflejo sus convicciones de izquierda en casi todos sus películas, también una profunda empatía por sus personajes y una enorme capacidad de transformar tradiciones e influencias diversas bajo un prisma propio.

Sus 10 largometrajes, pero sobre todo «Dios y el diablo en la tierra del sol» (1964), «Tierra en trance» (1967), «La edad de la tierra» (1980) y «Antonio das mortes» (1969), son claros exponentes de esa inconformidad y de esa necesidad de rebelión y cambio que lo acompañó toda su vida.

Rocha, cansado de que el “tercer mundo” fuera solo parte de un relato exótico, estereotipado, lastimero o paternalista narrado desde la visión eurocentrista o «desde el todopoderoso Hollywood», entendió que no servía hacer cine sólo como manera de resistir de forma pasiva, sino que éste debía convertirse en un arma para subvertir conciencias y sacudir el orden establecido.