Mientras el gobierno se centra en la renegociación del Tlcan, el presidente Enrique Peña Nieto defiende a capa y espada una política de libre comercio que va en declive en el mundo, y finalmente algunos priistas comienzan a sacar la cabeza para un proceso electoral  en que el que preprecandidatos les llevan la delantera con mucho, rumo al 2018, la población mayoritaria, la que gana entre uno y tres veces el mínimo, se enfrenta a una escalada de precios que nadie parece querer o poder frenar.

Los precios, en lo que va del año, se han disparado, y no sólo el del cemento, provocando un enfrentamiento entre constructores y desarrolladores de vivienda contra las cementeras, sino en lo más popular, lo que más pega a los mexicanos, hidalguenses en este caso, en el jitomate, los chiles, la tortilla y el pan.

Alimentar a la familia se ha convertido en el gran reto para las amas de casa, que si acaso con 120, 150 pesos diarios, deben llevar alimentos a la mesa tres veces al día, para una familia promedio de cinco miembros.

Se devanan ellas los sesos para hacer rendir “el gasto” y enfrentarse a precios como el de la carne de res, 150 pesos el kilo; 18 pesos el litro de leche; 14 y 15 pesos el kilo de tortillas de maíz; 6.50y 7 pesos la pieza de pan dulce; 32 pesos el kilo de jitomate en supermercados, 22 pesos en mercados y 18 pesos la Central de Abastos, y 26 pesos el kilo de huevo.

La gente común y corriente, esa que trabaja 10 horas diarias para ganar 150 pesos en promedio, se afana por conseguir que el dinero le alcance para alimentar a la familia, vestirla, calzarla, pagar renta o hipoteca, electricidad, agua potable, transporte, etcétera,  se pregunta cuándo dejarán los gobernantes de preocuparse por temas tan importantes como las amenazas a México de Donald Trump,  en encontrar soluciones como elevar en las tarifas eléctricas para hacer viable a la CFE, o bien aumentar a 75% las importaciones de la gasolina que se consume en el país, para compensar la salida de producción de Salina Cruz, y encuentran un huequito en su valioso tiempo para atender nimiedades como el encarecimiento desmedido, muy por encima de la inflación del 7% hasta junio, de los alimentos que consume el pueblo.

Los observadores que vamos a los supermercados, a la Central de Abastos de Pachuca, vemos cómo los carritos llegan a las cajas registradoras cada vez menos cargados; como productos como la carne de res, los suavizantes para ropa, los pañales desechables y leches maternizadas, los medicamentos y maquillajes, se vuelven artículos de lujo, cuya demanda, aseguran empleados, es cada  vez menor.

Vemos como las familias dejan de cargar pesadas bolsas “de costal”  en la Central de Abastos, y pues su limitada compra cabe en bolsitas de plástico, y como crecen las filas de mujeres “bien vestidas” frente al Banco de Alimentos del Estado de Hidalgo, las que cuidan sus bolsas con alimentos pues han comenzado a producirse robos en ese lugar.

Reporta Walmart –la principal empresa comercializadora de alimentos, ropa, artículos para el aseo personal y de casa, juguetes y aparatos electrónicos en el mundo-, una caída del 6.5% en sus expectativas de crecimiento de sus ventas en el primer semestre.

Incluso aquellos con salarios por encima de cinco veces el mínimo, la privilegiada pero cada vez más reducida clase media en el país, buscan precios bajos, en oferta, en los supermercados o la Central de Abastos.

Los precios se encarecen porque no existe ningún control oficial sobre los mismos, porque no se exige que productores y comercializadores que sustenten estos aumentos de precio, los justifiquen… bueno, porque ni siquiera algo tan simple y elemental como la obligación de locatarios de los mercados, de ostentar precios a la vista del público para que éste pueda comparar y decidir antes de comprar, se cumple.

 

Y es que el “populismo” pasó de moda.

 

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