El 20 de abril esta columna se tituló “Hay órdenes que no se deben obedecer”. Y es que la obediencia no es un valor absoluto. Ni siquiera la obediencia a las leyes. Las sociedades cambian y progresan cuando hay quienes tienen el coraje de desobedecer leyes injustas. Por ejemplo la lucha por los derechos civiles en los Estados Unidos, que terminó con la discriminación legal de la población afroamericana, se realizó a través de la desobediencia civil pacífica y masiva. Otro tanto ocurrió con la lucha de Nelson Mandela contra el infame “apartheid” en Sudáfrica.

Y si esto es válido para los derechos civiles, también lo es para el comportamiento de los científicos. Si el científico trabaja para una empresa privada y sus principios éticos son un obstáculo para que la empresa obtenga más ganancias, lo menos que le puede ocurrir es perder su empleo, sufrir hostigamiento y descrédito. Y algo similar ocurre si el científico se enfrenta con una administración pública corrupta. Se requiere integridad y valor para enfrentar las presiones, para desobedecer.

La contaminación con plomo del agua de la ciudad de Flint, a pocos kilómetros de Detroit, desató un escándalo de enormes proporciones. El tema se trató en esta columna el 3 de marzo de 2016 (“Envenenados por las autoridades”). En abril de 2014 las autoridades decidieron dejar  de comprar el agua tratada del Lago Hurón para el abastecimiento de la ciudad, y usar el agua del contaminado río Flint. El agua se trató con una cantidad excesiva de cloro, que atacó las viejas tuberías de plomo de la ciudad. El motivo de esta decisión fue ahorrar dinero. Los pobladores denunciaron que el agua no era potable, pero las autoridades ocultaron lo que estaba ocurriendo y se siguió envenenando a la población.

El 24 de septiembre de 2015, en una conferencia de prensa, la Dra. Mona Hanna-Attisha dio a conocer que los niños de Flint habían duplicado los niveles de plomo en sangre. La investigación se hizo de forma independiente y se dio a conocer antes de pasar por el procedimiento de revisión por pares, dada la urgencia de la situación. Los responsables del trabajo, la Dra. Mona Hanna-Attisha y el Profesor Marc Edwards, acaban de recibir un premio  por su eficaz y responsable  desobediencia ética en beneficio de la salud de la población. A partir de este año el Media Lab del M.I.T., en Estados Unidos, otorgará este galardón anualmente a quienes hayan beneficiado a la sociedad  con su desobediencia. La Dra. Hanna-Attisha y el Profesor Edwards donaron el premio de 250,000 dólares a los habitantes de Flint.

En un mundo cada vez más autoritario y controlado, la desobediencia a veces es un deber. Los científicos no deberían escudarse detrás de la  neutralidad de la ciencia para justificar su inacción. Ellos son los que más saben de ciertos temas y ese conocimiento debe servir al bien común y no sólo al prestigio personal.

 

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