Hace 72 años, el 6 y 9 de Agosto de 1945, se produjeron los asesinatos masivos de Hiroshima y Nagasaki. Muchos expertos coinciden en que los ataques eran innecesarios porque Japón ya estaba prácticamente derrotado. Como señalábamos hace dos años en esta columna: “El objetivo de la masacre era impresionar a la Unión Soviética, no terminar una guerra ya definida. La estrategia del terror a escala planetaria se inauguró en Hiroshima y Nagasaki”.

El comunicado de prensa de la Casa Blanca después del ataque a Hiroshima comenzaba “Hace 16 horas un avión estadounidense lanzó una bomba sobre Hiroshima, una importante base del ejército japonés”. Ni una mención a que la mayoría de las víctimas eran civiles. El comunicado sigue, en un tono revanchista: “Los japoneses comenzaron la guerra desde el aire en Pearl Harbor. Lo han pagado con creces”.

Ahora estamos preparados para borrar más rápida y completamente toda empresa productiva que los japoneses tienen sobre el suelo en cualquier ciudad. Destruiremos sus muelles, sus fábricas y sus comunicaciones. Que no se equivoquen; destruiremos completamente el poder de Japón para hacer la guerra”.

Toda la operación había sido planeada con meses de anticipación, incluyendo la elección del blanco, no por su importancia estratégica, sino por la facilidad con que se podían provocar incendios dados los materiales de construcción de muchas viviendas. Hiroshima fue una de las ciudades que no se bombardearon antes porque eran posibles blancos de un ataque nuclear: al preservarlas se podía luego evaluar con precisión los daños causados por la bomba.

Antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, el 2 de Agosto de 1939, Albert Einstein firmó una carta dirigida al presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt donde advertía del posible desarrollo de un arma basada en uranio por parte de Alemania. Aconsejaba que la Administración se mantuviera en contacto con el grupo de físicos que estaba trabajando sobre la reacción en cadena en Estados Unidos. También solicitaba fondos para acelerar el trabajo experimental.

Einstein, un pacifista, pidió que Estados Unidos desarrollara la bomba antes que Alemania. Esa misma contradicción se instaló en muchos de los científicos que se unieron al proyecto Manhattan para el desarrollo de la bomba atómica. Einstein, vetado por el FBI por sus antecedentes pacifistas y socialistas, no participó en su desarrollo, y estaba horrorizado por las consecuencias de los ataques nucleares. Otros científicos celebraron el “éxito” de la explosión en Hiroshima. Mientras en el centro de investigación de Los Álamos, corría el alcohol  para festejar, miles de seres humanos morían o vivían el infierno que siguió al ataque. No es fácil asimilar esta imagen que nos dice que algo anda mal en una ciencia que ha llegado a esos extremos.

 

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