Los problemas cotidianos, paradójicamente pueden volverse invisibles ante los ojos de las autoridades y aun de los mismos ciudadanos afectados y desorganizados. Cuando  se normalizan, pierden importancia.

Uno de los problemas que afectan a todas las personas, es el de las banquetas, pues en algún momento del día, las emplea todo mundo, así sea momentáneamente.

Esos espacios reservados para caminar, se usan de todas las formas imaginables. Desde quienes las emplean como servicio sanitario ante una emergencia, hasta quienes las confunden con jardineras, basureros, depósitos de material de construcción o de desechos, extensión de comercios o talleres, estacionamiento de “seguridad” para subir sus automóviles de día y de noche, etcétera.

Mención aparte merecen quienes con una mentalidad primitiva o sociópata, consideran la banqueta como su propiedad privada y le colocan impunemente cadenas y candados para evitar al máximo que alguien más pase por ahí.

Además, las banquetas y los camellones o zonas de supuesta protección para peatones, no están exentas de baches, falta de tapas de registro y obstáculos como postes, hoyos, obras inconclusas o reabiertas, escalones y declives irregulares o resbalosos, lodo, grava, estrechamientos inexplicables, caídas y bajadas de agua, puentes aberrantes, etcétera.

Por si eso fuera poco, las propias autoridades intencionalmente han colocado mallas en algunos espacios, obligando al peatón a ir a otro punto más lejano para pasar, aunque ese punto sea igual o más peligroso para su seguridad.

Para las personas jóvenes y sanas, ese conjunto de dificultades son más o menos superables, aunque no sin riesgo, pérdida de tiempo e incomodidad, pero no se puede decir lo mismo de las personas con alguna limitación motriz temporal o definitiva. En esos casos, la situación se hace mucho más complicada y riesgosa. Alguien que use muletas o silla de ruedas, frecuentemente tiene que circular sobre el arroyo de la calle, esperando ser visto y respetado por los automovilistas, quienes en no pocas ocasiones los agreden.

Las personas en esa situación, a diario sufren más que quienes no lo están, simplemente por movilizarse para hacer uso de su derecho de tránsito, para estudiar, atender su salud o incorporarse a actividades productivas. Hacen un esfuerzo adicional para desplazarse, venciendo el miedo de ser atropelladas, agredidas y excluidas, en medio de la indiferencia social y la indefensión.

Las autoridades (incluyendo las encargadas de las vialidades), conforme aumentan su jerarquía, llegan con su automóvil cada vez más cerca de su oficina y entran a su casa sin necesidad de bajar de su  coche, lo que hace cada vez menos frecuente su uso de las banquetas. Las dejan de padecer y las olvidan, para concentrarse en la fluida circulación de su automóvil.

Las autoridades municipales, pueden hacer la diferencia en este sentido y aunque es todo un reto reestructurar las banquetas de su municipio, implica una clarísima oportunidad de mostrar una visión progresista, dejar su huella y ganar la simpatía de ese 99 por ciento de personas afectadas cotidianamente, como se ha hecho en algunas ciudades modelo, donde el peatón sí cuenta.

Queda planteado ¿nos verán?

 

Dra. Verónica Ramona Ruiz Arriaga

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