Hace 20 años, el productor del programa de radio Botella al Mar, me hacía señas de manera insistente para que saliera de la cabina a tomar el teléfono: Pero ¡cómo si estábamos al aire! Él insistía. Total, le pedí a lxs invitadxs que siguieran solxs y alargaran. Gerardo puso el altavoz, era un alboroto el que se escuchaba. Me explicó: «es un joven que quiere hablar contigo sobre el tema del programa —homosexualidad—, pero su padre y su madre están tratando de colgar». Se escuchaba el forcejeo; finalmente, ¡clack!

Hace 33 años, cuando aún vivía en mi ciudad natal, habitaba un pequeño departamento en un primer piso donde había otros tres con gente muy joven, todxs desempeñándonos en nuestro primer trabajo, la mayoría en distintos medios de comunicación, tratando que el dinero nos alcanzara. Así entonces. nos pusimos de acuerdo y solo se contrató una línea de teléfono con extensiones, los cables colgaban por todos lados y en Navidad les poníamos foquitos de colores.

Una de las vecinas nos avisó que participaría en el programa de televisión de Nino Canún: Lesbianismo, el amor que se niega a decir su nombre. Se le ocurrió durante la transmisión dar el número. ¡Ese teléfono sonó de noche y de día, durante mucho tiempo!

Los papelitos debajo de la puerta de la vecina se acumulaban, poco podíamos resolver las problemáticas que nos planteaban las televidentes, lo menos era escuchar con atención y empatía; las llamadas duraban, en ocasiones, horas.

Una que me tocó contestar fue de una mujer de la tercera edad. Voy a resumir porque estuvimos hablando durante cuatro horas. Insistió primero en conversar con mi vecina, pero ella no estaba. Finalmente se conformó conmigo. Me dijo:

«Yo supe desde niña que me atraían las mujeres, sin embargo, sentí constantemente una presión para no manifestarlo. En ocasiones esa presión era sutil, a veces violenta. Me casé, tuve hijxs y ahora tengo nietxs, y luego de ver el programa me doy cuenta de que me faltó valor para aceptarme y que los demás me aceptaran como soy. Ahora tengo 65 años y sé que mi vida ya no tiene remedio, por eso quería hablar con ella para felicitarla por su valentía, porque no va a vivir lo mismo que yo».

Son dos anécdotas, una ocurrida en Pachuca y la otra en Ciudad de México, que permiten apreciar la importancia de desarrollar y equilibrar los cuatro holones que componen la sexualidad humana de los cuáles hablaré en las próximas semanas. Sin ese desarrollo, sin ese equilibrio la persona no está y no se siente completa; las consecuencias se advierten en la sociedad toda.

En Ciudad de México, las cosas han cambiado radicalmente para la comunidad LGBTTI. Pachuca, en cambio, sigue siendo la capital de Heterolandia, la sexualidad se vive en muchos de los casos con una doble moral indefendible.

Vaya pues esta columna para todxs las mujeres y hombres de Pachuca que han tenido que vivir vidas dobles, negarse la respuesta a la pregunta fundamental —¿Quién soy?—, matrimonios forzados, rupturas familiares o, en el mejor de los casos, la migración como única forma posible de desarrollo personal.

Sin pecar de optimista, creo que ¡nunca es tarde y que las cosas no duran para siempre!

 

 

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