La infancia determina en gran medida lo que seremos, elegiremos y viviremos siendo adultos.

Hay historias que no escribimos, en las que participamos por ser hijos de, o pertenecer a determinada familia; con sus mitos, creencias, secretos y valores.

La familia es la primer muestra que tenemos de como relacionarnos, en esta adquirimos patrones y creencias que van señalando nuestros pasos, hasta que siendo adultos, después del proceso de individuación, en el que sin separarnos emocionalmente de la familia hemos adquirido y asumido la propia identidad y con ella es posible diferenciarse y no repetir historias.

Cuando esto no sucede se dan situaciones que dificultan la autonomía y la elección personal de qué y cómo queremos vivir NUESTRA vida.

Por supuesto, hay eventos que son más significativos que otros, que nosotros percibimos de esta forma, por eso, siendo parte de una misma familia y viviendo lo mismo el impacto en cada uno de sus integrantes es distinto, no es extraño escuchar cómo es que a un hijo la separación de sus padres le afectó modificando su conducta mientras que a otro parece que no le ocasionó mayor alteración, entre otros muchos ejemplos de lo que ocurre en la familia y en quienes la conforman.

Casi todos tenemos heridas de la infancia, algunos por hechos impactantes y otros porque la interpretación que hicimos de estos lo fue.

Hay heridas de la infancia como: el abandono, la desintegración familiar, el abuso y la violencia, adicciones, ausencias y también por sobreprotección, entre otras, que pueden lastimar a un ser humano durante su infancia. El caso es, que esas heridas si no son percibidas y atendidas no se curan solas, permanecen o se recrudecen a través  del tiempo, mediante la repetición de conductas y elecciones, con temores, inseguridad, miedo al abandono, baja autoestima, compulsión hacia conductas auto punitivas o el auto abandono.

Duele mucho haber sido un niño maltratado o abandonado, aún si esto hubiera ocurrido sin intención, sin embargo, cuando llegamos a cierta edad necesitamos ver en qué o como se manifiestan esas heridas, es probable que las elaboremos y no afecten las elecciones adultas, o que hayan sido tan fuertes que en el presente nos lastimen o hagan que lastimemos a otros.

Es importante admitir que hay una herida, que el dolor que sentimos es real, validarlo y encararlo, solo así es posible elaborarlo y superarlo.

El pasado no se borra, se edita, es decir, no es posible volver a casa y eliminar lo que nos hizo daño, pero sí, cambiar la mirada que tenemos de esto, buscar el sentido que tienen y qué podemos aprender para no repetirlo o para que nos siga afectándonos.

Se necesita valor para aceptar que siendo adulto se tiene miedo, desconfianza, enojo, tristeza o rencor y que estos han estado ahí desde que éramos niños o adolescentes.

Y se requiere determinación para reconocer en que actos los manifestamos, para luego buscar la forma de deshacernos de esto eligiendo un comportamiento más funcional.

Nunca es tarde para curar una herida de la infancia, para aceptarla y llorarla, para depositarla en donde se originó y dejar de cargar con esta.

El proceso psicoterapéutico nos permite reconocer, enfrentar, procesar y superar esas heridas, antes de que nos destruyan.

Sanar las heridas de la infancia nos libera de un dolor que no nos pertenece, del que no fuimos responsables, pero que si no lo atendemos entonces si se vuelve parte de lo que hoy somos y vivimos, de las dinámicas de relación que establecemos y de lo que hoy si nos corresponde atender y solucionar o prevenir.

No hay que sentir vergüenza ni culpa por esas heridas, no se trata de romper con la familia ni enfrentarse con esta, sino de reafirmar que aun siendo parte de la misma podemos y merecemos marcar distancia de lo que no deseamos repetir y revivir.

¿Cómo saber que se tiene una herida de la infancia? Cuando el pasado nos afecta, cuando repetimos los patrones negativos que se vivieron, al no poder asumirse como adulto, siendo dependiente de algo o de alguien, si no se tiene un auto concepto favorable…

¿Tienes una herida de tu infancia? Cuando eras niño no podías hacer nada para evitar lo que te lastimaba, no tenías los recursos que hoy posees. El adulto o la adulta que eres, sí puede renunciar y alejarse o no participar en ese dolor o en ese evento que lo ocasionó.

Sanar el dolor nos evita vivir en el sufrimiento… y se puede, siempre y cuando estemos dispuestos a admitirlo y nos comprometamos a no ser parte de algo que nosotros no generamos ¿Lo pensé o lo dije?

 

Twitter: @Lorepatchen

Conferencista

📻 Entre Géneros, jueves 8 PM red estatal de Hidalgo radio.