¿Qué es lo que determina que haya corrupción? Bien, podríamos plantear al menos tres escalas de análisis: nacional, organizacional e individual; en cada caso, todo depende principalmente de los incentivos, en especial, del balance que haya entre lo que se pierde y lo que se gana por llevar a cabo ciertas acciones ilícitas.
Sin embargo, la corrupción no es tan simple, hay aspectos que se deben ver con mayor detalle. La primera escala se refiere a la corrupción en cuanto a países; la segunda, al nivel de instituciones (sean públicas, privadas o de la sociedad civil); la tercera, a la experiencia de vida en cada persona.
Respecto a la escala nacional, se suele hablar de la existencia de cinco fuentes generales: sociopolíticas, institucionales, jurídicas, económicas y ético-culturales.
Al respecto, el entorno sociopolítico favorece la corrupción debido principalmente a la necesidad que tienen los partidos de preservar puestos y áreas del gobierno en períodos sucesivos, lo que suele conducir al desvío de fondos públicos (para financiar campañas, para mantener prácticas clientelistas, para asegurar apoyos de diferentes sectores, para la obtención de espacios en medios masivos, etc.); el problema se agudiza cuando tal objetivo de permanencia se consigue durante períodos prolongados, pues la inercia da pie a profundizar las malas prácticas al no tener alternancias o cambios de dirigencia.
Otros aspectos a tomar en cuenta son la fortaleza de la democracia en sí, y si hay un exceso de niveles administrativos en la gestión pública, tal que el vínculo entre representantes y representados sea muy lejano.
En particular, en lo que se refiere al primer caso, cuando los medios de comunicación no son independientes, la participación popular es reducida (con tendencia a la apatía) y/o se carece de separación entre los poderes del Estado, entonces la débil democracia facilita que los partidos tengan mayor oportunidad de uso discrecional de los recursos.
Estrechamente relacionado con la situación sociopolítica, el factor institucional incide como detonador de corrupción cuando las relaciones entre las entidades gubernamentales son asimétricas, sobre todo cuando las instituciones que combaten la corrupción y promueven la transparencia, son débiles, carecen de independencia en su accionar y no son eficaces en la ejecución de medidas correctivas ni preventivas; además, el problema se acentúa cuando (en las instituciones de gobierno en general) se presenta una combinación de obsolescencia legislativa con exceso de legalismo, insuficiencia de recursos humanos y materiales, poca simplificación administrativa y no hay modo de evaluar puntualmente la responsabilidad de los servidores públicos.
Por otra parte, el factor jurídico se hace presente cuando las leyes en el papel están muy bien, pero no se aplican o se aplican inadecuadamente; o bien, cuando hay rezago en la tipificación de delitos (éstos se modernizan en la vida real, pero no en las leyes vigentes).
Un caso de atención se da cuando no está bien definida la frontera de actuación entre lo público y lo privado, de tal modo que los integrantes del gobierno se ven en la oportunidad de aprovechar ciertas atribuciones y se cae en conflictos de interés, por ejemplo en los procesos de privatización.
Dentro de los factores económicos, tiene mucha importancia que el Estado no sea muy débil, o en el otro extremo, que tampoco tenga excesiva presencia en las actividades productivas (no lo va a creer, pero hace muchos años Liverpool fue una empresa gubernamental, en serio).
Fundamental es también la transparencia en la adjudicación de contratos y en la aplicación de la normatividad asociada. Sin tomarse a menos, es menester que agentes externos como el crimen organizado y/o figuras empresariales locales o extranjeras, no impongan prácticas a su favor, alterando con ello la estructura económica.
Finalmente, el factor ético-cultural se refiere a la valoración que cada sociedad hace de ciertos actos (es decir, si los toma como aceptables o no). Así, en algunas culturas hay actividades que son lícitas pero en otras están prohibidas, o bien, llegan a estar prohibidas pero se toleran al calificarlas como necesarias (algo así como el “fin justifica los medios”).
En esta maraña de tolerancias y prohibiciones, ya sean tácitas, implícitas u oficiales, propias de cada idiosincrasia, se encuentran también oportunidades para germinar acciones de corrupción (no está de más ejemplificar: cuando una cultura es consumista en extremo, lo importante es conseguir el satisfactor -sea un bien material o uno intangible-, sin que importe el cómo se consigue).
En cuanto a la corrupción en escala organizacional, los elementos más importantes para su gestación y dinámica son: la filosofía fundacional de la organización, cuántos de sus elementos (en proporción a la planta laboral total) tienen una tendencia hacia actividades deshonestas, el cargo que los tales ocupan en la organización y el alcance que estos tienen en cuanto a poder y/o toma de decisiones (pues no es lo mismo el daño por corrupción debido a un directivo o gerente, con respecto al de un obrero).
La integración de estos elementos puede dar lugar a una “propensión institucional hacia actividades de corrupción”, y en principio, se presentarán más actividades ilícitas conforme esta propensión institucional aumente.
Por otro lado, en cuanto a la corrupción analizada en escala individual, se identifican como variables definitorias: el salario contrastado con el posible beneficio derivado del episodio de corrupción, el que haya o no supervisión adecuada, el grado personal de ética o condición moral, la carga o presión psicológica asociada con el puesto que se ostenta, y, muy importante, la magnitud del castigo por ser descubierto. En especial, un rasgo común en las tres escalas de análisis (nacional, institucional e individual), está en si se da una conjunción propicia entre los ingresos ordinarios, el posible beneficio pero también la sanción por realizar la actividad deshonesta, el alcance de la correspondiente normatividad y la efectividad en la aplicación de esta última.
Pocas veces y pocas personas, pueden tener influencia decisiva sobre los escenarios de corrupción en todas las escalas de análisis simultáneamente, la mayoría generamos una influencia sólo a nivel de individuos. Pero las empresas e instituciones se conforman por…personas, y lo mismo ocurre con los países; entonces, es claro que a partir de nuestra microescala cotidiana, podemos influir en todos los niveles superiores con esfuerzo, paciencia y firmeza. ¿Podríamos tomar consciencia de eso? Confío en que así será.
Eduardo Macario Moctezuma-Navarro
Investigador asociado en El Colegio del Estado de Hidalgo.