Si somos capaces de entender o producir un texto es porque hemos asimilado un código lingüístico diferente del habla comunicativa. La lengua escrita se aprende gradualmente en ámbitos formales, con procedimientos y técnicas especiales; modela el pensamiento de una forma más compleja, al generar capas cognitivas sobre las bases del lenguaje. En nuestro ámbito educativo, además, transforma la conciencia de una manera única, porque traslada ideas de la mente del escritor a la mente del lector. Lo importante es que antes de hacerlas viajar por un medio físico o digital, al escribir se activan funciones superiores como la reflexión, la memoria y la imaginación.

En la lengua oral se articula el discurso acumulando información con el nexo coordinante “y”. Si en la redacción abunda esta manera de conectar significa que la escritura se encuentra en fases iniciales. En etapas más desarrolladas recurre a nexos explicativos complejos: “por lo tanto, entonces, así que”. En el habla, los demostrativos “este, ese, aquel” señalan un marco más allá del intercambio inmediato entre emisor y receptor. La escritura usa referentes que apuntan hacia partes del texto mismo: “De acuerdo con lo anterior…” “El proceso se definirá en el siguiente capítulo…” Estos marcadores textuales correlacionan unos bloques con otros.

En el habla se usan expresiones empáticas dependientes del contexto: “está bien la película, ¿no?”. La escritura ya interiorizada por medio de la lectura crea otro tipo de expresiones; se aleja de los referentes inmediatos y así genera un pequeño universo cerrado de significados. Sus palabras no poseen el dinamismo inmediato de la oralidad, pero tienen una capacidad más analítica; son más lentas y permiten revisar los enunciados, ya sea para modificarlos o ratificarlos.

Finalmente, el mayor impacto cognitivo de la lengua escrita es la capacidad de anticipar la información o de retroceder hasta referentes anteriores. En el habla se estructuran las ideas a medida que se enuncian. Afirmar “una mesa en la que…”, por ejemplo, obliga al emisor a tener en cuenta qué es lo que va a aparecer; elabora un borrador mental de sus enunciados, porque la aparición de nexos relativos “que” implica una relación con ideas subsiguientes. El borrador mental requerido por la escritura permite que las relaciones gramaticales entre palabras e ideas puedan ser inmediatas o a distancia, dependiendo de los conectores usados. No escribimos como hablamos ni viceversa. Existe un entendimiento de condición oral y un pensamiento extendido de condición escrita.

 

H. Gabriel Maya S.

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