Han pasado tres semanas de los sismos que sacudieron la zona centro del país. Ese trágico evento puso a prueba – nuevamente – la solidaridad de los mexicanos. Y otra vez, nos sorprendieron nuestros propios alcances como sociedad.

Viene ahora la etapa de la reconstrucción. Y a diferencia de la primera etapa (rescate de personas, ayuda a damnificados, solidaridad con los que perdieron todo) el camino que viene no es tan halagüeño.

En ese particular no hay muy buenas noticias. Porque por un lado los recursos económicos son insuficientes para hacerle frente al tamaño del problema. Pero también, y sobre todo, porque los recursos los administra el Estado y sabemos bien que el Estado no es muy eficiente con los recursos económicos.

En ese mar de desconfianzas que nos provoca que las autoridades (gobierno federal y gobiernos locales) se hagan cargo de la reconstrucción, estamos parados. Y entonces ha cambiado la narrativa del evento.

Ahora se habla con frialdad de lo primero que se tiene que hacer. La vivienda por supuesto es la prioridad. Pero desde ahí empiezan los problemas porque no hay claridad de los criterios que se tiene que seguir para levantar miles de casas que hacen falta.

Escuchando a los especialistas en el tema hay varias consideraciones que deben de tomarse en cuenta. Por principio de cuentas no se trata de construir y/o reconstruir en las mismas zonas que ya probaron su vulnerabilidad con los movimientos telúricos. En consecuencia se debe de pensar en otros espacios.

Además hay que probar otros materiales no sólo por cuestiones de costos (se trata de construir bien y a bajo costo) pero también se busca construir el mayor número de casas con criterios de durabilidad y comodidad. Bajo esta lógica se pueden probar algunos proyectos que ya se tiene comprobados en algunas universidades. La UNAM por ejemplo es pionero en las construcciones con materiales reciclados (PET, por ejemplo) que han probado su resistencia.

En términos de planeación urbana este tiempo de crisis puede abrir las puertas a la oportunidad de hacer ciudades inteligentes. Es decir, tener una planeación urbana digna de los tiempos que estamos viviendo. Quizá en este momento de reconstrucción convenga poner a todas las casas calentadores y cocinas solares. Con posibilidad de tener un criterio ordenando de crecimiento. Lugares con suficientes áreas verdes y espacios públicos.

Lo que se busca al final del día es que este “renacer de las ciudades” sea ordenado y planificado. No improvisado como lo conocemos en la ciudad de México, principalmente. El caso de la capital del país merece mención aparte. Porque los temas del espacio son muy complicados. No hay para donde crecer si no es de manera vertical.

En esa gran urbe reclama imaginación, creatividad e innovación para seguir dotando de lo necesario a los millones de personas que ahí habitan. Los miles de edificios que ahora se encuentran dañados tienen que pasar por una minuciosa valoración para determinar el tamaño de los daños. Incluso, los que saben del tema han comentado que las demoliciones en algunos casos salen más caras que el propio bien inmueble. Es decir, una demolición de un edificio de tres pisos tiene un costo aproximado de entre tres o cuatro millones de pesos. De tal suerte, que habrá algunos propietarios que prefieran perder la propiedad que hacer un trabajo de reconstrucción. Tomando en cuenta que para iniciar esos trabajos tendrán que derrumbar lo que queda con un costo muy elevado y también tardado. Las demoliciones se tendrán que hacer manualmente en algunos casos para no dañar las propiedades contiguas.

En fin, vienen tiempos de definición. Y aunque parezca reiterativo mencionarlo no ha pasado la emergencia nacional. Ahora, lo que viene es el escrutinio de los recursos que administra el Estado y tener en cuenta las opiniones técnicas y científicas de los especialistas en el tema. Sería una doble tragedia que los fondos que tienen las autoridades se utilicen con criterios políticos.

 

Enrique López Rivera

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