Uno de los grandes anhelos del México contemporáneo es la ciudadanización de la política. Es decir, ganar (o bien, recuperar) espacios de poder gracias a la incorporación de ciudadanos al ámbito público. Se argumenta, en este sentido, que el buen juicio de las personas que no estén comprometidas con partidos políticos, cúpulas empresariales o intereses específicos vendría a consolidar los cambios democráticos que este país necesita. Por tanto, se buscaba generar una rotación de ciudadanos que permitan erradicar los vicios de grupos cerrados o anquilosados que tradicionalmente se estacionan en los puestos decisivos de la vida pública.
Bajo este postulado, unas de las medidas más efectivas que se instrumentaron en el sistema electoral fueron las candidaturas independientes. Motivada por la idea que ciudadanos “comunes y corrientes” pudieran postularse a cargos públicos sin ser miembros de un partido político. Se decía, con acierto, que los partidos había monopolizado la representación política en México. Por tanto, era necesario abrir el abanico de posibilidades para que cualquier persona pudiera contender en política electoral.
La idea, el espíritu y la esencia que motivaron estos cambios son irrefutables. Pero lo cierto es que se sobredimensionó el diagnóstico. Alentados por un desprestigio creciente de los partidos políticos se crearon ilusiones ópticas en cuanto a la pureza, integridad y honestidad de los ciudadanos sin membresía partidista. En ese particular, hay que reconocer que como sociedad sembramos muchas expectativas en los ciudadanos sin tener en cuenta que el régimen político carcome a todos por igual.
En consecuencia, vemos con frustración como las denominadas candidaturas independientes son usufructuadas por políticos profesionales. Por aquellos que no vieron cristalizados sus proyectos personales dentro de sus respectivos partidos; y que por tanto, buscan un camino alterno por la vía independiente.
Los casos de Zavala, “el Bronco”, Armando Rios Piter, por mencionar los principales; ilustran esa realidad. En donde los suscritos no encuadraron con la cúpula de su partido y corren a refugiarse en los brazos de una candidatura independiente.
Todos los ciudadanos tenemos el derecho de elegir y ser elegidos como representantes. No hay que negar ese legítimo derecho. Pero lo que vemos en la actualidad es que existen ciudadanos de primera y de segunda clase. Porque esos espacios abiertos a las personas sin partido están siendo ocupados por políticos profesionales que ahora naufragan en las aguas de la ciudadanía apartidista.
En suma, existe la oportunidad de refrescar la política con personas que desean postularse para un cargo de elección. Las puertas están abiertas para todos (y qué bueno que así sea). Pero cuidemos esos espacios (a través de un veredicto serio cuando depositemos el voto) porque sería desastroso que los políticos profesionales se sigan refugiando ahí. Si esta inercia se mantiene pronto estaremos aniquilando los pocos espacios que se habían ganado a través de esta vía.
Enrique López Rivera
Twitter: @2010_enrique