A don Fidel Velázquez le ganó la edad. Con la muerte del “jerarca cetemista”, en junio de 1997, a los 97 años de edad, se terminó la eternizada discusión de si el salario es o no inflacionario y México se convirtió en el paraíso de los inversionistas extranjeros: ubicación geográfica inmejorable, con conectividad a los Estados Unidos, un reluciente Tratado de Libre Comercio de América del Norte y, lo más atractivo de todo: salarios mínimos bajísimos, un mil por ciento más bajos que los pagados en Estados Unidos.
Transcurría el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, de abundancia y derroches en los primeros años, y de crisis al finalizar; de abrazos y apapachos con el presidente Bill Clinton, quien salvara a México de la bancarrota; de muchos años de satanizar al salario como el principal factor inflacionario de una economía que registraba alzas de precios del 100% de un día para otro –ayyyy Venezuela, que recuerdos despiertas-, y de un Fidel Velázquez que, viendo la muerte cercana, insistía en rechazar esta satanización.
El uno de enero de 1994 entró en vigor el TLCAN y los mexicanos comenzamos a observar, no sin impresionarnos, la entrada de todo tipo de artículos chinos –baratijas de plástico y prendas de vestir de pésima calidad, eso sí, con brillantes colores-; de los milky way, la mantequilla de maní y las latas de chocolate Nesquik desplazando a nuestro “pancho pantera”.
En poco tiempo nos acostumbramos a consumir todo tipo de productos de origen estadounidense, pese a las voces de alerta que se alzaban advirtiéndonos de que comprar productos importados era condenar a muerte a la industria nacional… y con ello, a nuestros empleos.
Sin embargo los empleos no desaparecieron; continuaron pero con “novedades” como el outsourcing, los contratos que se renuevan, se renuevan y se renuevan, y salarios que aunque aparentemente altos, han perdido el poder adquisitivo que anteriormente tenían.
En estos tiempos hemos visto de todo; una reforma laboral orientada a atraer inversiones al país, la llegada de empresas automotrices que general un elevado desarrollo económico en su entorno, crecer las exportaciones de prendas de vestir y la maquila, aquí, de prendas que finalmente se ostentan como de origen estadounidense… de un crecimiento económico que ha llevado a un mexicano a ser considerado como el hombre más rico del mundo, mientras que a la par ha crecido la pobreza… ah!, y una corrupción galopante.
Hoy Estados Unidos y Canadá reclaman a México elevar sus salarios, competir así en igualdad de condiciones con esos países; y es que mientras en México un obrero automotriz gana un salario de 280 pesos diarios, en promedio, en Estados Unidos este mismo obrero cobra entre 14 y 18 dólares… la hora.
Y México se está viendo muy presionado en ese sentido, con las groserías de Donald Trump y la mano enguantada de Justin Trudeau, al grado de que se habla de un alza salarial inminente. La impulsan además organizaciones como la Coparmex.
Pero de darse, aunque jamás en condiciones de igualdad, México perderá su principal atractivo para el inversionista extranjero: mano de obra barata… tan barata que ya es inferior a la de China, la cual fuera considerada por muchas décadas como una economía sustentada en una mano de obra en condiciones muy similares a la esclavitud.
Una posibilidad que traerá nuevamente a la palestra la antigua discusión: ¿es o no el salario un factor inflacionario? Al menos en México se le considera así.