Dicen que en circunstancias difíciles hay que dar tiempo al tiempo para que todo tome su lugar, las heridas cicatricen y la experiencia pueda percibirse de la mejor manera, y es cierto… el tiempo ayuda y mucho.
Pero, no todo es el tiempo, por encima de este se encuentra el amor propio y la elección personal de como vivir y superar lo que la vida nos presenta.
El tiempo por sí mismo no cura nada, si no se participa no hay alivio.
Depende de nosotros elegir qué hacer en esos días, meses o años que se requieren para superar una situación que nos desagrada o lastima.
Cuando se termina una relación, se pierde un empleo, a un ser querido o estamos en una crisis personal, laboral, familiar o económica inevitablemente hay dolor, tristeza, enojo, preocupación o frustración.
Nuestros mecanismos de defensa (en situaciones óptimas) se manifiestan para ayudarnos a transitar por esas emociones sin derrumbarnos, o para permitirnos levantarnos cuando hemos caído.
Esos mecanismos nos hacen negar o evitar el dolor en un principio, puesto que si lo admitiéramos del todo nos sentiríamos terriblemente devastados.
Más adelante es esperable que otros mecanismos aparezcan para terminar de completar el proceso de recuperación emocional.
Y si, como te imaginas, depende de cada persona lo que ocurre mientras alivia y supera ciertas emociones, así como el por fin poder cerrar ese evento y sus consecuencias.
Por eso… claro que el tiempo favorece que con su paso el dolor no sea el mismo, que vaya disminuyendo el impacto emocional, pero, si no hacemos nada para que así sea el tiempo no cura, solo pasa.
E incluso es posible que los pensamientos negativos, la frustración y el enojo se incrementen, cayendo entonces, tal vez en depresión o en la apatía.
Alguna vez nos preguntamos ¿qué hace la diferencia? ¿Como es que algunas personas parecen reaccionar “mejor” ante lo que otras no pueden superar? La diferencia radica básicamente en la estructura psíquica y emocional de las personas, en la presencia o ausencia de amor propio, en como se reconocen y emplean los recursos personales para hacerle frente y sobreponerse a las pérdidas o eventos altamente impactantes.
¿Qué puedo hacer? No esperar que con los días lo que nos duele desaparezca por arte de magia sino detectar los pensamientos que se tienen al respecto y elegir participar con acciones que nos distraigan, dedicar la energía a crear o cambiar y no a rumiar y lamentar.
Aceptar el dolor, llorarlo, llorarse…
Enojarse, desahogarse sin agredir ni autoagredirse.
Hablar con alguien que realmente este dispuesto a escucharnos.
Auto contenernos… darnos soporte, y si no es posible reconocerlo y buscar quien nos enseñe y conduzca a hacerlo.
Gritar, correr, cansarse… la energía negativa tiene que encontrar una salida y no encapsularse en nuestro organismo.
Escribir, cantar, bailar… obvio al principio no se tienen ánimo para hacerlo, sin embargo, cualquier actividad lúdica o recreativa poco a poco va sanando y reconstruyendo aquello que dolía.
Cuidarse: procurar y decidir dormir y alimentarse bien.
Hidratarse, no descuidar la apariencia física…
Ya se… los primeros días en los que se experimenta una profunda tristeza o enojo es muy complicado enfocarse en todo lo anterior, puesto que a veces no se tienen ganas ni de levantarse.
Sin embargo, si no hacemos algo por volver a estar bien o incluso mejor que antes por nosotros mismos, nadie va a poder ayudarnos.
Al dolor hay que escucharlo, admitirlo… no hay dolor que se alivie ignorándolo, al contrario, si no atendemos las señales que nos dicen que es necesario cambiar o participar para dejar de sentirnos incómodos, enojados o tristes esas emociones cobran más fuerza y no realizan su objetivo principal: curarnos y dar paso a emociones más placenteras.
A nadie en su sano juicio le gusta sufrir o regodearse entre las lágrimas, no es agradable reconocer que nos estamos sintiendo mal, que nos duele lo que nos está sucediendo, que extrañamos lo que perdimos o que seguimos aferrados a ello aunque ya no sea posible o ya no esté.
Pero no hacerlo no ayuda mucho, es preferible aceptarlo y después de unos días enfocarse en superarlo.
El amor propio es una, o quizá la mejor medicina que existe para sobreponerse y continuar con la vida.
Saberse digno de amor, de respeto, merecedor de circunstancias más favorables sin duda nos levanta.
El amor propio lo cura casi todo… si no te aman sabes qué mereces que alguien si esté dispuesto a hacerlo y sentirse orgulloso de estar contigo y en tu vida.
Si perdiste un empleo sabes qué aunque no sea instantáneo puedes encontrar otro empleo o auto emplearte.
Si atraviesas por una crisis económica sabes qué la cantidad de dinero que traes en los bolsillos no determina cuánto vales tú.
Así el amor que sentimos por nosotros mismos nos ayuda a reconocer que no, que la vida no es perfecta, que no siempre es justa, que no siempre se gana, pero, que a pesar de casi todo, vale la pena continuar en ella y generar relaciones y circunstancias en las que se tengan más probabilidades de ganar.
El amor propio nos permite soltar a las personas que no quieren estar con nosotros, respetar su derecho a cambiar de opinión o a no amarnos… y nos impide negociar o permanecer en un lugar, relación o emoción que le reste calidad de vida a nuestra vida.
No es sencillo… muchas personas con una buena dosis de amor propio también han derramado lagrimas por el desamor, han sentido miedo ante la incertidumbre y se han enojado con ellas mismas, todo lo anterior es sano.
Y más sano aún no instalarse en el sufrimiento permanente.
El tiempo ayuda a curar las heridas, pero, el amor propio no permite que estas sean tan profundas ni permanentes.
¡Quiérete!… aunque sea en defensa propia.
Twitter: @Lorepatchen
Conferencista. Psicoterapia y Coaching
📻 Entre Géneros, jueves 8 PM red estatal de Hidalgo radio.