El connotado periodista Andrés Oppenheimer, ganador en su momento del premio Pulitzer, escribió tan recientemente como en 2014, una obra sobre innovación y creatividad, dirigida especialmente a un público latinoamericano, en buena parte con la intención de ayudar en la gran tarea de que América Latina se desarrolle en base al potencial de su gente y sugiriendo pautas concretas para tal fin.

Sin embargo, me ha llamado la atención que, en ciertas entrevistas en México, la actitud de unos cuantos científicos y tecnólogos cuando se habla tanto de innovación como de sus implicaciones para Latinoamérica y se mencionan esfuerzos de opinión como el de Oppenheimer (que incluye, pero va más allá del área meramente científica), entonces aparece en ellos una risita perceptible junto con un dejo de desprecio mal disimulado respecto al esfuerzo de este autor y sus sugerencias para innovar.

Además, en sus comentarios y también entrelíneas se percibe una falta de respeto (sutil pero apreciable) al hecho de que sea un periodista y no un científico quien acapare la atención del público común y corriente respecto a este tema, de tal modo que termine siendo este “periodista neófito” y no ellos (los verdaderos científicos e investigadores, los profesionales), quien en un momento dado, logre más peso al alzar la voz y apoyar actividades de innovación y creatividad, o al menos, despierte más interés sobre el tema.

Entiendo hasta cierto punto, el celo que provoca que alguien ajeno se meta en lo propio y además parezca hacerlo con autoridad y logre colocar su opinión entre el público masivo, mientras que el científico profesional no logra difundir adecuadamente su trabajo ante la sociedad, muchas veces ni con sus vecinos (algo que evidentemente, Oppenheimer hace mejor); entiendo esa actitud, pero no la justifico.

Bien, no me imagino que será tener a Kathy Perry, Brad Pitt, Cristiano Ronaldo o al Papa Francisco apoyando la idea de que se destinen más recursos a la investigación científica, a mejorar los salarios de los científicos y sus condiciones de trabajo, y en general, promoviendo que la creatividad y el deseo por innovar se fomente desde pequeños, aunque pienso que sería magnífico si así fuera; pero no, hasta donde sé no lo están haciendo.

Sin embargo, hay otros personajes que no son tan grandes luminarias como los anteriores, pese a lo cual, tienen más peso en la opinión pública y medios de comunicación masiva que nosotros mismos (los del problema), y no comprendo el por qué rechazar una opinión en apoyo de nuestros asuntos, sólo porque viene de alguien fuera del gremio.

Pienso que cuando una persona (venga de donde venga, sea neófito o experto), tiene un interés genuino por ayudar a resolver un problema, debe escuchársele y darle oportunidad de participar. Cuando esa persona tiene además mayor probabilidad y alcance para ser escuchado que nosotros los que estamos en medio del problema (quienes por incompetencia o lo que sea, no hemos podido hacer que se escuche nuestra voz tanto como quisiéramos), entonces no es inteligente rechazar al extraño, sólo porque es ajeno al área, sólo porque no innova (especialmente no innova en ciencia y tecnología como nosotros), o sólo porque es un recién llegado al problema.

Si alguien me puede ayudar, ¿por qué rechazarlo? Hasta donde sé, la ciencia no es una especie de cerrado y exclusivo club de Tobi, en donde sólo los científicos y tecnólogos pueden opinar sobre innovación y creatividad. ¿Por qué se cometió este error por parte de algunos científicos mexicanos? Desafortunadamente, de mi experiencia y trato con personas conocidas en las tres principales y más grandes universidades públicas del país, así como de algunas escuelas privadas, estoy consciente de que esta percepción de ciertos científicos se comparte más frecuentemente de lo que debería. Pero así es. Esto es un problema común en los científicos. Lo malo es que se dan un tiro a sí mismos.

De por sí, innovar, crear y en especial, dedicarse a la ciencia, no es algo popular; si, además, se tiene una actitud de incredulidad o ligero desprecio (en público) y se burlan (en privado) ante las opiniones de personajes ajenos y simples mortales como, por ejemplo, un periodista, la señora de la tiendita, el sociólogo que no desarrolla patentes, el burócrata promedio o el repartidor de garrafones de agua, entonces ¡qué esperanza tenemos! ¿Qué se puede esperar cuando hay miembros de la élite del pensamiento libre y sin fronteras, los científicos, que son mentalmente estrechos hasta para recibir apoyo?

 

Eduardo Navarro

Investigador asociado en El Colegio del Estado de Hidalgo