¿Qué lleva a una persona a la soledad? ¿Sus capacidades o incapacidades físicas y emocionales? ¿El rechazo social? ¿Una mala experiencia de vida? O más aún, ¿la incapacidad de comunicarse? ¿Ser un monstruo?

La más reciente película del mexicano Guillermo del Toro, “La forma del agua”, explora esta premisa sobre la soledad. Ambientada en los años sesenta en Estados Unidos, durante la época de la Guerra Fría, una joven muda encargada de hacer la limpieza en un centro de investigación del gobierno, descubre a un monstruo (Doug Jones) resguardado en secreto, y del cual se volverá más que su amiga.

Con esta historia, Del Toro deja asomar su parte humana más cursi, pero a la vez más frágil, donde refleja, como lo hiciera en sus cintas pasadas, que los monstruos que a veces más aterran son los que guarda una persona, siendo su nuevo monstruo, el cual recuerda (casi emula) al de la cinta de 1954 “El monstruo de la laguna negra”, lo menos aterrador de la trama.

Del Toro dirigiendo a Sally Hawkins y Doug Jones
Del Toro dirigiendo a Sally Hawkins y Doug Jones

El verdadero monstruo aquí es Strickland (Michel Shannon), jefe de seguridad del proyecto sobre este monstruo en cautiverio, a quien se construye su temperamento e intenciones de acuerdo a la misma premisa.

La cinta cuenta con un gran elenco: Sally Hawkins entrega un personaje tierno e ingenuo, pero a la vez decidido y en busca de vencer la soledad a la que su pasado la ha condenado; Octavia Spencer y Richard Jenkins como los compañeros de Hawkins, brillan a su debido momento y son grandes puentes para el desarrollo de la historia.

Aunque también memorables, los personajes como el del antagonista de la cinta (Shannon) y el del actor Michael Stuhlbarg, como un profesor con una construcción moral memorable, resultan émulos diluidos de los personajes interpretados por los actores españoles Sergi López y Álex Angulo en “El laberinto del fauno” (Del Toro, 2006).

Estos aspectos, con una historia, aunque bien narrada y con momentos sobresalientes y una fábula sobre el amor y la soledad que provocan emociones en el espectador, pierde originalidad al sentirse un autoplagio por parte del director, quitándole el factor sorpresa y volviéndola predecible rumbo a su tercer acto.

Lo que sí es innegable es que en aspectos de producción la película sobresale: la fotografía que navega entre tonos verde-azules y amarillos, los encuadres románticos no solo con los personajes sino también con el cine mismo, y la música del compositor francés Alexandre Desplat, crean una atmosfera mística como solo Del Toro logra hacerlo; este toque cinematográfico que define su sello como autor en una industria con una preocupante escasez de ideas.

No sorprende que esta sea la cinta por la cual por fin se le está dando el reconocimiento en esta temporada de premiaciones al mexicano, ya que con esta cinta logra este balance entre su estilo visual y la narrativa a la que la industria está acostumbrada.

“La forma del agua” puede no estar cerca de obras mayores del director como lo fueron “Cronos” o “El Laberinto del Fauno”, pero sí logra ser lo más cursi y hermoso que haya realizado en toda su filmografía, sintiéndose más reservado pero acertado y sobre todo con un estilo visual más prolijo y poético.

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