En el evangelio de Lucas capítulo 16 nos encontramos con la que es reconocida como una de las parábolas más difíciles de entender cabalmente en la escritura sagrada del cristianismo, se le identifica como la parábola del mayordomo infiel, o bien, la del mayordomo astuto. El relato bíblico menciona a un mayordomo que fue acusado por su patrón, un hombre rico, como disipador de los bienes, razón por la cual habría de perder su mayordomía.
Viéndose en tal situación y reconociendo que no sabía hacer trabajos manuales y que la vergüenza le impedía mendigar, entonces, poco antes de terminar su servicio, decidió llevar a cabo la siguiente estrategia para tener una solución temporal, al menos mientras arreglaba su situación: Discretamente, acordó con cada uno de los deudores de su señor, alterar a la baja el registro de su deuda, de modo que todos ellos le debieran al mayordomo un favor importante, y, en retribución, cuando fuese despedido, tendría posibilidades de ser recibido en sus hogares, al menos por un tiempo breve o quizá hasta más.
Según la cita bíblica, Jesús efectivamente condenó la deshonestidad del mayordomo, pero también aprobó la sagacidad de este hombre corrupto al tratar de anticiparse a un futuro desastroso y procurar mejorar su situación, en contraste con la apatía de sus seguidores, quienes no perseguían las metas de la cristiandad con el mismo entusiasmo, sino que caían en estado de pasmo, como con cierta comodidad, sin reaccionar ante el futuro y sin tomar las previsiones correspondientes. Esta parábola tiene hondas implicaciones y sobra decir que existe controversia en torno a sus verdaderas implicaciones (por la aparente aprobación de un acto esencialmente deshonesto).
¿Qué tiene que ver esta parábola con el título de la columna? Bien, la astucia del mayordomo (o administrador) es bastante clara; por otro lado, el egoísmo que impulsa sus acciones para asegurarse un futuro, también es evidente; pero ¿y las matemáticas qué papel juegan aquí? Uno muy poderoso: lo que se consigue a cambio de su adecuado manejo. Son el instrumento con el que se lleva a cabo el trato que redituará un apoyo necesario para más adelante.
Así, un mayordomo (o administrador) por muy sagaz que sea en estas circunstancias, debe sopesar cuidadosamente los riesgos de una alteración demasiado grande de las deudas reales (pues puede ser descubierto), aún si al no dejar tan pequeña la deuda termina reduciendo el agradecimiento de los acreedores y su posible apoyo posterior.
Pero ¿y si no tiene el cuidado suficiente? A final de cuentas, esto no es más que otro caso de un típico fraude de contabilidad, pero atención: las matemáticas también sirven para detectarlos, pues, aunque lo dude, los fraudes en registros contables suelen dejar huellas que pueden ser matemáticamente perceptibles aún si usted no sabe nada del negocio en cuestión, basta con conocer las matemáticas adecuadas.
En un artículo de investigación publicado por Mark Nigrini en 1996, se encontró que las falsificaciones contables pueden detectarse con cierta facilidad, pues no cumplen con un patrón conocido como la ley de Benford (o ley del primer dígito), el cual establece que bajo un sistema numérico específico, la frecuencia de aparición de los números no es precisamente aleatoria, sino que sigue un patrón claro, sorprendentemente independiente de las unidades de medida: aquellas cifras o datos que empiezan con “1” se usan más que las que inician con “2”, a su vez, éstas se emplean más que las que empiezan con “3”, ocurriendo lo mismo respecto a las que inician con “4” y así sucesivamente hasta el 9.
Contrario a esto, Nigrini observó que, en su intento por hacer realista el engaño, los defraudadores suelen construir (inadvertidamente) series numéricas en la contabilidad que son escasas en números “1” y abundantes en cifras que empiezan con “6”, creando un patrón de fraude distinguible.
La mayoría de aquellos casos detectados por el mencionado autor bajo este principio, se confirmaron como fraudulentos, lo que, en adelante, estableció una pauta para buscar primero en los valores anómalos respecto a la ley de Benford, posibles registros contables con sospecha de fraude (sobra decir cuan útil es este enfoque cuando tenemos que enfrentarnos a un mar de datos para evaluar).
Estoy de acuerdo en que todo esto parece simple numerología, pero no lo es, tal patrón contraintuitivo y aparentemente absurdo se cumple con no poca regularidad. Quizá usted aún tenga dudas de si un patrón numérico de este tipo realmente sea tan efectivo. Al respecto, permítame decirle que, de acuerdo con la ley de Benford, los reportes de estabilidad macroeconómica que Grecia presentó a la Unión Europea para obtener el ingreso a la zona euro, tenían una alta probabilidad de ser fraudulentos.
Al día de hoy, seguramente ya sabe usted que así fue. Para terminar, y sin ánimo de ofender, ¿sometería usted sus registros fiscales para su evaluación ante la ley de Benford? Únicamente por curiosidad, claro.
Eduardo Macario Moctezuma-Navarro
Investigador asociado en El Colegio del Estado de Hidalgo