Dentro de la vorágine de las campañas electorales los políticos han obviado los grandes problemas nacionales. Es decir, el discurso beligerante y de confrontación ha sustituido la reflexión de fondo que reclama México en este momento.

Es claro que en tiempos de campaña los mensajes de los actores políticos llegan a tal nivel de simpleza que se difuminan las palabras hasta hacerse tan comunes que pierden sustancia. Hasta este momento, todos los candidatos a la presidencia han mostrado un somero nivel de conocimiento sobre los problemas más apremiantes del país; incluso, hay un candidato (Ricardo Anaya) que suele decir que el diagnóstico en todos sus pares es correcto. Esto es, la corrupción, inseguridad, empleo, pobreza, impunidad y desigualdad representan las prioridades en todas las agendas de los involucrados en la elección. La fórmula es desde qué ángulo se quiere abordar dicha problemática.

Esto es, a cuál de los actuales candidatos se les otorga la confianza para emprender los cambios que el país requiere. Bajo esta lógica todo parece construirse o reconstruirse cada seis años. En cada elección presidencial escuchamos las grades propuestas para modificar casi todo, enderezar el rumbo o dar un cambio drástico de timón.

De esta manera, no hay posibilidad para un plan a largo plazo. Para hacer políticas públicas que trasciendan más allá de los tiempos electorales. Si mantenemos la misma línea estaremos perdiendo tiempo valioso.

En este sentido, un claro ejemplo es el papel del gobierno de Estados Unidos quien aprovechando el proceso electoral en México, secuestró las mesas de negociación del Tratado de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) hasta asfixiar a la representación de nuestro país. La estrategia de Trump es aprovechar las “aguas revueltas” para cobrar aranceles y aumentar impuesto a los productos de importación. Todo lo anterior, para sacar provecho de nuestra lógica electoral.

Ahora amenazó con militarizar la frontera para nuevamente enconar loa ánimos e incidir en la elección. Es claro, que el presidente Trump juega a provocar y provocar hasta llegar el momento que la desesperación nos haga claudicar en un intento de negociación. Y de esta manera, tomar medidas más represivas en contra de nuestra economía.

Pero dentro de un mercado abierto como donde se encuentra México, estas amenazas pierden fuerza. No debemos acostumbrarnos a ser el pretexto de un presidente para reconciliarse con su electorado. Somos una nación que debe exigir respeto de su vecino, socio y aliado. Pero lejos de esos temas, lo que vemos en la agenda nacional es una campaña de descalificaciones entre los principales actores políticos.

 

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