En todas las democracias la realización de debates es fundamental. El intercambio de ideas y la confrontación de propuestas son esenciales para definir una preferencia electoral o para comprender los distintos enfoques que tienen los políticos de una nación.

De tal suerte que los debates son ejercicios que suman a la democracia. Por eso, es importante su difusión. Hay que ver esos ejercicios donde se puede medir la capacidad de respuesta y la beligerancia de los contendientes, la seriedad de quienes participan cuando preparan bien los temas o por el contrario, quienes sólo utilizan la retórica como moneda de cambio.

Pero hay algo clave que se debe de analizar, la solidez argumentativa de los políticos. Considero que una persona que aspira a un cargo de elección debe de tener ciertas cualidades. Pero una de ellas, que es básica, es el elemento argumentativo. Si un político no puede argumentar con claridad y precisión un tema de interés público está en graves problemas.

Por eso los debates son saludables en un sistema de competencia democrática. Porque gracias e esos ejercicios se pone en evidencia quiénes tienen mejores elementos para abordar un tema, explicar sus diferentes aristas y encontrar las posibles soluciones a la problemática planteada. Todo lo anterior, en un tiempo reducido.

Pero también hay que decir que los debates son parte de una estrategia de campaña. Es bien sabido que el contendiente que lleva ventaja en las preferencias electorales prefiere no debatir. Debido a que su lugar en las encuestas puede ponerse en riesgo en una confrontación de ideas como lo es el debate.

También sabemos que los contendientes que no tienen un buen sitio en las encuestas tendrán como estrategia utilizar el debate como una buena tribuna para hacer y decir cosas de alto impacto que sirvan como plataforma de visibilidad.

Esto es, dentro del juego político se puede hacer muchas cosas dentro de un debate para tratar de convencer a las personas que siguen este ejercicio desde sus casas y que – presumiblemente – no tienen una preferencia definida. Es decir, los debates se hacen para los indecisos, para los que todavía no deciden su voto y pueden tener a través de debate, un elemento a valorar en sus preferencias.

En México, vienen tres debates claves para las aspiraciones de quienes buscan la presidencia.  El primero de ellos ocurrirá el próximo domingo 22 de abril. En aquel ejercicio será posible ver un ejercicio de confrontación de ideas y de perfiles.

A los ciudadanos nos toca verificar con precisión las posturas de cada candidato. Hacer una evaluación rigurosa de los argumentos y tomar (o reforzar) una decisión de quién podría ser el próximo presidente (a) de México.

No hay que tomar a la ligera estos debates. Son evaluaciones eficientes para medir las distintas capacidades de los candidatos. Sin embargo, hay que hacer esa evaluación de manera objetiva. Puede ser que un candidato tenga una excelente capacidad de respuesta pero una muy cuestionada trayectoria política. Por el contrario, hay quien no domine con precisión lo temas pero su trayectoria lo avale como persona honesta. En fin, hay una infinidad de elementos que se deben de considerar.

Al final, lo que queda es esperar un buen debate. Como suele ocurrir en una contienda deportiva esperamos que los contendientes se encuentren a la altura de las expectativas. Y no tengamos un debate deslucido en ideas y propuestas.

 

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