Fernando Soto se llama una calle que sale de los Portales de Plaza Juárez, cruza las calles de Cuauhtémoc, Moctezuma, Trigueros y Abasolo, en el centro de Pachuca. Se trata de una arteria muy concurrida que hace algunos años se convirtió en la vía oficial de desfogue de vehículos del centro hacia la salida hacia el Valle del Mezquital.

Sobre Fernando Soto se encuentran diferentes comercios que se dedican a la venta de anteojos, ropa típica, ropa interior, mangueras y herramientas, abarrotes, clínica para mascotas, pastes, farmacia, impresión de fotografías, regalos; así como consultorios, estéticas, despachos contables, vecindades vetustas que dejaron de ser negocio para sus propietarios, un puesto de papas fritas, edificios de departamentos de alquiler, una planta de agua que ofrece el llenado de garrafones de 19 litros a sólo 10 pesos, entre otros.

La actividad comienza temprano; desde las 05.30 horas ya hay gente que recorre la calle y media hora después aparecen los llamados checadores que son quienes dan voces anunciando el destino de las camionetas del transporte público que hacen base apenas pasando Cuauhtémoc, lo que origina acumulación de todo tipo de personas en ese punto hasta las 22.00 horas, así como grandes cantidades de basura colocada dentro de bolsas en las esquinas o al pie de los árboles, pero también arrojada en el camino sin ton ni son.

Después de que los negocios tradicionales han cerrado sus puertas, continúa la actividad en la primera calle de Fernando Soto, donde será cosa de tres años instalaron un restaurante bar tipo Karaoke, en donde los desvelados cantan, beben, se enfrentan entre sí, salen y gritan lo que se les da la gana. Alguna vez terminan la parrada a golpes e insultos.

Frente a ese bar se encuentra un estacionamiento que por las noches hace las veces de salón de actos, donde se llevan a cabo conciertos que atraen a jóvenes que muchas veces salen de allí completamente alcoholizados, aunque también se realizan ceremonias de bautizos, bodas, quince años y graduaciones; algunas veces los ánimos se encienden y el festejo termina en zafarrancho y todos a correr porque por allí ya viene la patrulla.

También hay una tortería cuyo propietario tiene a bien poner música a muy alto volumen más allá de las dos de la madrugada. A dicho escándalo se suma el de otro establecimiento de diversión donde inclusive actúan grupos en vivo, y el sonido que generan es absolutamente insoportable.

Que por qué sé todo eso, pues sencillamente porque vivo precisamente en Fernando Soto y la madrugada del domingo 22 de abril el ruido fue tremendo, pues al mismo tiempo que los usuarios del karaoke entonaban canciones de despecho e ilusiones perdidas, se llevaban a cabo tremendo festejo en el estacionamiento habilitado como salón de actos, en la tortería el volumen de la música competía con el del restaurante bar que se encuentra metros adelante y los vecinos que, como yo, teníamos que levantarnos a las siete de la mañana, no tuvimos otra opción que soportar tanto ruidero, armarnos de paciencia y rogar por que el desvelo no se prolongara hasta al amanecer.

En punto de las 07:00 horas timbró la alerta de mi iPhone y yo con los ojos llenos de arena invisible, me percaté que la calle se encontraba silenciosa y tranquila, tanto así que esta mañana el checador en turno no levantó la voz para anunciar las rutas que seguirían las camionetas del transporte público, como si supiera que Fernando Soto no durmió y un grito más lo sacaría de quicio.

 

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